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La curva de la felicidad

Manuel Poirier nos quiere convencer de que la felicidad es el camino, no la meta. Y lo consigue, a través de la sencillez interpretativa de Sergi López

La curva de la felicidad

La curva de la felicidad: La felicidad es el camino

A veces las personas parecen dejarse entristecer. Parecen estancarse en un momento de sus vidas; es como si todo se volviera mecánico: trabajar, bañar a los niños… Tom, el protagonista de La curva de la felicidad, es así. Un hombre corriente, con una rutina llevadera, una familia normal y unos vecinos con problemas. Es… razonablemente feliz. Lo que no sabe es que a veces la suerte aparece disfrazada, y lo que él consideró el final de una historia es en realidad el principio de otra. Con La curva de la felicidad, Manuel Poirier nos quiere convencer de que la felicidad es el camino, no la meta.

Y lo consigue, a través de la sencillez interpretativa de Sergi López. El protagonista de El cielo abierto o Una relación privada construye a un Tom transparente para el público, de enorme cercanía y autenticidad. López hace todo tan natural que no hay más que ver la escena del primer encuentro con su hija de 8 años, una situación difícil que él hace pura.

Quizá buena parte de la comodidad con que trabaja López venga de la seguridad que le da saber que detrás de la cámara está Poirier. Empezaron juntos en el cine con La petit amie d’Antonio en 1991 y ya van por la séptima colaboración. Sin duda es un director singular, entre otras cosas porque ha rodado la película de manera cronológica, algo normalmente impensable por motivos de presupuesto. Lo que más valor tiene es la creación de unos silencios reconocibles en nuestras propias rutinas y tan incómodos que resultan cómicos. Nos vemos, ahí, ridículos en la pantalla, en el lugar de Tom o de su ex novia cuando quedan en la cafetería.


Sin embargo, a ratos La curva se hace lineal, espesa, porque Poirier abusa de los planos secuencia de los niños. Estanca la historia para recrearse en escenas que no aportan nada nuevo. Por suerte, el filme retoma el ritmo a través de escenas con chispa, como la de Tom recogiendo los platos de la cena mientras Sylvie, su mujer –Marilyne Canto, plena de simpatía y frescura- le observa con la media sonrisa.

Creo que esto es a lo que llaman cine de actores, quizá porque aplican, como actores y como personajes, algo que explica con gracia Pedro Zarraluki en La historia del silencio: «tenemos una lengua y dos oídos para dejar constancia de que debemos oír el doble de lo que hablamos».

Ficha Técnica

  • Fotografía: Christophe Beaucarne
  • Montaje: Joël Jacovella
  • País: Francia 
  • Año: 2002
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