La hija de un ladrón

La hija de un ladrón: Verdad y realidad

La película comienza en picado, en plena acción, un equipo de limpieza en un edificio; dentro del equipo, nos fijamos en Sara, 22 años, madre soltera, buscándose la vida como una campeona. Poco a poco descubriremos su mundo real y emocional: cómo cuida a su bebé, cómo se ocupa de su hermanito, el pánico y rechazo que le provoca su padre -recién salido de la cárcel-, la atención que le presta el padre de su hijito, con quien querría vivir…

Interesante debut en el largometraje de Belén Funes, que firma el guion con Marçal Cebrián, con quien ya colaboró en algunos cortos (como en La inútil). Se trata de una película de corte naturalista que sigue los modelos de los hermanos Dardenne: tiempo lento, narración sin artificio, muy pegada a la realidad, deja que el espectador se implique en la historia -o que la historia cale en el espectador-, no dar más información de la estrictamente necesaria. Sobre este último particular algo falla; a base de no dar demasiada información Funes cae en el extremo contrario y el final de la historia, que debería ser conclusivo, llega como una revelación sorprendente, algo no cuadra, nos han ocultado algún detalle. Ciertamente hay que prestar atención a mil pequeños detalles reveladores que apuntan la buena dirección, pero Funes no ha conseguido rematar la faena.

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Con todo, ha hecho un trabajo muy aceptable, la historia de Sara se sigue con interés, respira verdad por todos los poros y aborda temas muy significativos. Además, Greta Fernández -hija de Eduard Fernández-, omnipresente en la pantalla, hace un trabajo magnífico que le valió la Concha de Plata en el Festival de San Sebastián.