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La inglesa y el duque

Una película histórica que adapta las memorias de Grace Elliot, dama inglesa que vivió en el París del Terror Revolu­cionario

La inglesa y el duque

La inglesa y el duque: Dios salve a Rohmer

En Venecia, hace poco, han querido reconocer con un León de Oro honorífico el talento de Eric Rohmer (Cuento de otoño), un cineasta octogenario que no sólo sigue trabajando, sino que lo hace con una lucidez y una capacidad de innovación sencillamente asombrosas. En Venecia se presentó La inglesa y el duque, una película histórica que adapta las memorias de Grace Elliot, dama inglesa que vivió en el París del Terror Revolu­cionario. Bien relacionada con la aristocracia, Lady Elliot contó con la amistad protectora del Duque de Orleàns, controvertido y ambiguo personaje que formó parte de la Convención.

El discípulo de Bazín y redactor-jefe de Cahiers du cinema explica que en la génesis de La inglesa y el duque latía un reto, tras ver y pensar muchas veces un puñado de grandes películas sobre la Revolución, encabezadas por Orphans in the storm, la obra maestra de D. W. Griffith, inspirada en un melodrama de Adolphe d’Ennery (la versión en vídeo que se vende en España tiene una presentación y un epílogo memorables de Orson Welles).

La clave para apreciar el mérito de esta grandísima película de Rohmer es que no bebe de una novela histórica, ni de una biografía novelada, ni de un manual de historia. Se usa aquí un material distinto, unas memorias, los recuerdos de una persona que estuvo allí. Se trataba de encontrar un punto de vista, para narrar -dice Rohmer– “no sólo los padecimientos de una mujer, sino también su forma de ver las cosas”.


El espectador no dejará de sorprenderse ante la audacia juvenil del experimento de Rohmer, que abraza sin remilgos los avances de las técnicas digitales. Gracias a ellas recrea al modo pictórico los exteriores en los que se desarrolló el drama, las calles y plazas del París de 1793. El procedimiento es barato y produce unos resultados bellísimos. Se obvian así los inconvenientes habituales de otras películas ambientadas en el pasado, que recurren a localizaciones de aproximación, con resultados carentes de rigor histórico-ambiental.

Rohmer ha declarado que el libro de Grace Elliot no ha requerido especiales retoques. El director francés maneja la cámara y planifica con sobriedad, con pausa, con elegancia. Después, hace un montaje inteligente, a tono con la historia que cuenta (por eso utiliza algunos intertítulos con textos del libro de Grace Elliot que sirven para enlazar secuencias). No hay banda sonora, ni falta que hace. Lo que sí hay, además de lo dicho -que ya es bastante-, es una dirección de actores soberbia, que brilla en ese territorio que es el jardín de la casa de Rohmer: el diálogo. Asistimos a un festival de matices y delicadezas, que en la versión original brillan más y mejor, porque se ha cuidado mucho la dicción y la protagonista es una inglesa que habla en francés.

Por haber escrito tanta cosa inteligente (como las jugosas declaraciones sobre esta película); por haber llenado -bastantes veces- tantas pantallas de una hermosura que por profunda no es menos apasionante y liviana; por suscitar con obras de arte como ésta el análisis de tantos profesores y alumnos universitarios de distintas disciplinas sobre la capacidad cultural, artística y moral del cine; por hacerme pasar tan bueno ratos… por todo ello, ciudadanos, yo me quito el bicornio y digo: Dios salve a Rohmer.

Ficha Técnica

  • Fotografía: Diane Baratier 
  • Montaje: Mary Stephen 
  • Decorados: Antoine Fontaine 
  • Diseño vestuario: Pierre-Jean Laroque
  • País: Francia 
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Reseña
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Profesor universitario de Narrativa Audiovisual, Historia del Cine y Apreciar la belleza. Escritor
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