La última primavera

La última primavera: Dos grandes actrices

El actor Charles Dance (Michael Collins, Gosford Park) dirige su primera película, y la verdad es que se nota que es una primera película y se nota más aún que el director es un actor. La acción transcurre en Cornualles, corre el año 1936, un año de temores ante el convulso panorama internacional que terminará con el estallido de la II GM. El aislamiento de Cornualles marca la vida de sus habitantes, que viven al abrigo de los avatares del exterior, que sólo les llegan a través de la radio.

En esa cerrada comunidad rural, la llegada de un náufrago provoca una conmoción, especialmente en la vida de las hermanas Widdington, Janet (Maggie Smith) y Ursula (Judi Dench), dos ancianas solteras que recogen de la playa cercana a su casa a un joven polaco.

Smith y Dench son dos fenomenales actrices, algo que ya sabíamos desde hace tiempo, y Dance las retrata con esmero, haciendo ver la belleza que entraña la vejez cuando se lleva sin complejos. Los jóvenes Brühl y McElhone no desentonan, la puesta en escena y la fotografía están muy bien, pero el guión es verdaderamente esquemático y la historia en la que se apoya da muy poquito de sí, llevando a los personajes a una notoria falta de complejidad, esa complejidad que hace grandes las películas de sentimientos. Por poner un ejemplo de ese esquematismo, al principio, hay momentos en los que uno piensa que el joven músico polaco, en vez de polaco es extraterrestre, porque resulta increíble su dificultad -es un músico de excepcional talento- para comunicarse con sus hadas madrinas.

Una pequeña película elegante y amable, magníficamente interpretada (magnífica la cocinera que compone Miriam Margolyes), que con un guión más sólido, con los tiempos dramáticos mejor marcados por un realizador más experimentado hubiera crecido sin dificultades.