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La vida prometida (Este-Oeste)

La película, gracias al buen trabajo del trío protagonista, funciona

La vida prometida (Este-Oeste)

La vida prometida (Este-Oeste): El puente sobre el río Stalin

El francés Regis Wargnier puede lograr su segundo Oscar a la mejor película extranjera con esta bella historia de amor ambientada en la URSS, recién terminada la II Guerra Mundial. Wargnier parece tener aprecio por esos amores que se tienden como puentes a través de circunstancias ambientales de gran dramatismo e incertidumbre. En Indochina -Oscar 1992- un Vietnam en llamas decía adiós a la dominación francesa para recibir la independencia, pasando por la ineludible guerra civil. En aquella película -peor que ésta, por lenta y disgresiva- el amor prendía entre un oficial francés y la jovencísima princesa vietnamita tutelada por una madura, turbia y marmórea dama francesa.

Cuatro países, este y oeste, dos a dos, se han embarcado en esta cuidada coproducción, que bucea en la historia reciente del viejo continente. En Est-Ouest el amor cabalga a duras penas por el paraíso soviético diseñado por papá Stalin. Gélidos aires de colectivismo militarizado y guerra fría reciben en el puerto de Odesa a Alexéi, un joven médico ruso procedente de Francia. Junto a él viajan Marie, la esposa francesa, y el hijo de 7 años. Son de los que han creído la llamada del camarada Stalin, que pide a los profesionales rusos de rango universitario que se hallaban dispersos por Europa que vuelvan a la patria para contribuir a la implantación del comunismo democrático.

El sueño del regreso al hogar, a esa madre Rusia vencedora del horror nazi, no tarda en trocarse en pesadilla. Marie, Alexéi y el pequeño Serioya descubren de golpe los rasgos sin maquillaje, el rostro de diario de la dictadura del proletariado (ese parapeto eufemístico tras el que se esconden Lenin y Stalin, dos genocidas diplomados). Una historia apasionante y un guión de sabia urdimbre ayudan a mitigar la afición de Wargnier por la grandilocuencia hueca y el paisajismo gratuito, que se asoman en algunas secuencias y en los fastidiosos rótulos que informan del paso del tiempo.


La película, gracias al buen trabajo del trío protagonista, funciona. Tiene la temperatura emocional que faltaba en Indochina. Oleg Menshikov (el cadete pánfilo de El barbero de Siberia) y Sandrine Bonnaire (La ceremonia) llenan de emoción auténtica sus personajes, resultando una pareja desigual de enorme magnetismo. Con acierto, Wargnier evita la soflama política y deja el campo a los sufrimientos y conflictos morales de sus personajes, que se agigantan al servicio de una de las tres historias que componen el ADN del cine: un hombre, una mujer: se aman, pero… La ambientación musical de Patrick Doyle (el autor de la prodigiosa banda sonora de Enrique V de Branagh), los inevitables -y hermosísimos- coros y danzas del Ejército Rojo, las hermosas localizaciones, hacen el resto. Por momentos, y salvando las distancias -no hay puente suficientemente largo para llegar a la ribera de Julie Christie-, sobrevuela la magia de ese monumento llamado Doctor Zhivago. Si Lean, David agarra esta historia y estos actores monta un alboroto memorable.

Ficha Técnica

  • Fotografía: Laurent Dailland
  • Música: Patrick Doyle 
  • País: Francia, España, Rusia, Bulgaria
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