Lars y una chica de verdad

Lars y una chica de verdad: Divertida y tierna fábula

Después de leer la sinopsis de esta película o de ver un trailer promocional un espectador medio puede entrar -ojalá entre- a ver esta película un tanto desconcertado. Porque la historia no es otra que la de Lars Lindstrom, un tipo apocado e introvertido de unos 30 años que trabaja en un almacén y vive en un garage que le ha cedido su hermano y que… se compra una muñeca de tamaño natural. No tiene sentido contar más porque ir descubriendo por qué Lars tiene esa personalidad es el alma de esta pequeña y encantadora cinta, que aspiró al Oscar al guión original y al Globo de Oro al actor principal en la categoría de comedia o musical.

Nancy Oliver, guionista de esa serie tan amarga y desencantada llamada A dos metro bajo tierra, según cuenta ella misma estaba cansada de películas oscuras sobre los aspectos más negativos de la condición humana y de la convivencia. Y así las cosas quiso escribir una fábula positiva, luminosa y esperanzadora que hablase de gente de buen corazón que comprende y ayuda a los demás.

Y la verdad es que lo que ha escrito, siendo muy arriesgado, le ha quedado bien, muy bien. Sobre todo si se tiene en cuenta que la cinta tenía el peligro de ahogarse después del impetuoso planteamiento, cosa que no ocurre porque la película nada estupendamente.

El gran “culpable” de que la película funcione es el canadiense Ryan Gosling, que con solo 27 años es uno de los intérpretes más brillantes del cine norteamericano, un actor capaz de hacer verosímiles y conmovedores a personajes muy distintos, como un desnortado profesor de instituto (Half Nelson) o un fiscal tentado por el éxito y enfrentado a un retorcido parricida (Fracture). Gos­ling es el descongelante perfecto porque irradia calor, cosa muy de agradecer cuando un argumento presenta zonas congeladas.

Le acompañan un puñado de actores soberbios como Patricia Clarkson (la médico viuda que atiende a Lars) y Emily Morti­mer (la cuñada embarazada afectiva y de gran corazón, siempre queriendo abrazar a la gente), que bordan sus personajes, en gran medida por la calidad de los diálogos y la fuerza que tienen las situaciones que plantea el guión (las visitas de Lars a la médico y la primera cena con su hermano y su cuñada son momentos de muy buen cine). La realización del debutante Craig Gillespie (dos películas en un año, la otra es Mr. Woodcock), discreta y sin extravagancias, es muy acertada.