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Las flores de Harrison

Más que una historia de guerra, Chouraqui cuenta una historia de amor, y las historias de verdadero amor siempre son morales

La flores de Harrison

Las flores de Harrison: Existe amor en la guerra

Las flores de Harrison | En Las cosas que llevaban, uno de los más desgarradores retratos de la guerra del Vietnam, Tim O´Brien escribía: «Una auténtica historia de guerra nunca es moral. No instruye, ni alienta la virtud, ni sugiere modelos de comportamiento, ni impide que los hombres hagan las cosas que siempre hicieron. Si una historia de guerra parece moral, no la creáis». Pues quizá este veterano del Vietnam no contara con historias como la que narra Las flores de Harrison. Porque en ella, más que una historia de guerra, se cuenta una historia de amor, y las historias de verdadero amor siempre son morales, siempre alientan lo noble del ser humano y siempre empañan de esperanza hasta la más terrible de las guerras.

Y eso es lo que ha querido reflejar el director Elie Chouraqui en esta interesante película: cómo hay fuerzas en el hombre más poderosas que cualquier batalla y que cualquier bomba. Para ello la guerra se sirve al espectador de forma terrible. No es una guerra operística y filosófica como la que imaginó Francis Ford Coppola en Apocalipsis Now, ni una guerra de selvas, memoria y mosquitos como el Platoon de Oliver Stone, ni siquiera la guerra de playas y de brutal e incierta gloria de Salvar al soldado Ryan. Es una guerra actual de portadas, de periodistas a la caza de titulares, de iniciación a la muerte con una cámara de fotos al cuello. Que comparte con el film de Spilberg, además de sangrientas escenas, el tratarse de una película de búsquedas. Pero es, sobre todo y ante todo, una historia de amor.

La reconstrucción de la guerra sobrecoge por su realismo, aunque le falta algo de esa extraña poesía visual de la violencia que retrataron otros cronistas de guerra. Le falta a Chouraqui algo de empaque creativo que haga de esas escenas sórdidas momentos inolvidables filmados a sangre y fuego. Por eso, las secuencias que transcurren en Yugoslavia, si bien están muy bien rodadas, carecen de un punto de mayor personalidad.


El papel protagonista Las flores de Harrison está confiado a Andie MacDowell, cuya interpretación pasa por diversas etapas. Está más que aceptable en toda la primera parte, cuando la acción se desarrolla en Nueva York y los planos son medios o cortos y la cámara se cierra sobre ella. Pero en la segunda parte baja muchos puntos. Cuando la cámara se abre y la modelo ha de compartir el recuadro de la pantalla con actores secundarios de gran oficio y con un paisaje terrible,MacDowell se limita a poner cara de miedo a cada explosión, sin darle mayor profundidad al personaje. Aunque quizás esto no sea tanto culpa de MacDowell como del director, que apenas le regala un buen plano medio o corto en toda la segunda parte, y simplemente la mantiene sobrecogida por cuanto ve a su alrededor.

Elie Chouraqui, en cambio, sí que muestra un gran dominio de la realización en la coreografía de las escenas de acción, y es un ejemplo de dirección cinematográfica la escena en que la protagonista entra en la redacción del periódico y va descubriendo a su paso que la guerra la ha tocado.

En fin, Las flores de Harrison está vista a lomos de personajes que buscan enchufar sus fotos en portadas de periódicos, de periodistas que no quieren quemar sus vidas en los cómodos asientos de las redacciones de periódicos. La protagonista siempre ha visto la guerra de lejos, como algo de lo que vive de forma más o menos directa debido a la profesión de su marido. Y cuando ella de pronto se ve en mitad del caos, ya para siempre cambiará su vida.

Ficha Técnica

  • Fotografía: Nicola Pecorini
  • Montaje: Jacques Wita 
  • Estreno Francia:  15 de marzo de 2002
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