Las golondrinas de Kabul

Crítica Las golondrinas de Kabul: Una historia afgana

Emergiendo de una nube de polvo y usando la delicadeza de la acuarela, las directoras Zabou Breitman y Eléa Gobbé-Mévellec llevan al cine la novela de Yasmina Khadra, el seudónimo del argelino Mohammed Moulesshoul. La primera no tiene experiencia en cine animado y pide ayuda a una experta francesa que trabaja con un equipo francés.

Colores terrosos desaturados sirven para acercarse al terror de un Afganistán dominado por los talibanes, que encarcelan a todo un país a punta de kalashnikov.

El burka es la prisión de las mujeres: una condena y un castigo infames impuestos a la mujer por el hecho de serlo. Lo que se cuenta es brutal, pero es. Y eso es lo terrorífico de una película sobria que no duda en mostrar lapidaciones y ejecuciones en estadios de fútbol radiados por un comentarista que adoctrina, y con un público cautivo que asiste por la cuenta que le trae, obligado a mirar y escuchar.

La historia de la joven Zunaira, que lucha por no abandonarse a la desesperación, está medida con sabiduría, tambíén en su metraje, porque llevar la película más allá de los 80 minutos hubiera sido terrible. Hay inteligencia para personificar en los rostros de Mohsen, Atiq y Mussarat las actitudes de unos hombres que saben que viven en un país sin remedio.

Aún reciente la extraordinaria El pan de la guerra, estas golondrinas no vuelan tan alto pero vuelan y vuelan bien.

Lorena Bibiana Pérez