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Las malas hierbas

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Las malas hierbas: Una levedad demasiado insoportable

Las malas hierbas | Es loable, incluso envidiable, la energía de Alain Resnais para rodar una película con 89 años, pero eso, sin más, no justifica una crítica benévola.

Las malas hierbas (Les herbes folles, que más que malas significa hierbas salvajes) es un divertimento menor de un cineasta que parece decir: “¡Eh!, que soy un autor consagrado y casi nonagenario, puedo hacer lo que me dé la gana”. Pues, con todos mis respetos, no, por mucho que parte de la la crítica se haya apresurado a reírle la gracia.

Georges Palet es un sesentón casado y aburrido que encuentra en un parking la cartera robada de una mujer madura, Marguérite Muir, odontólogo y piloto privado, por la que comienza a interesarse. Del interés pasa en un periquete al amor fou y a la obsesión que le lleva a unas ocurrencias que al principio hacen sonreír para dejar paso a la extrañeza, porque el espectador ha perdido la brújula. Ya no sabe si está ante un drama o una comedía romántica, qué razón motiva a los personajes a actuar y a cambiar de parecer con tanta arbitrariedad (incomprensibles las actitudes de la esposa y de la compañera de trabajo de ella), cuál es el propósito del director al desarrollar de forma errática esta historia mínima que podía haber sido grande. Por no hablar de finales abiertos y de gatos y croquetas. Termina uno con la sensación de que le están dando eso: gato por liebre.


Hay aciertos, sin duda. Las buenas interpretaciones de unos actores que llevan muchos años a las órdenes de Resnais (Sabine Azéma y André Dussollier), la fotografía saturada, los llamativos contrastes visuales entre estilos tan distintos de vida de los protagonistas, la incursión de ralentís de campos de malas hierbas y de flashbacks de la escena del robo del bolso, los acertados picture-in-picture en los que Georges ensaya el modo de dirigirse a Marguérite, los homenajes al cine y a la lectura. Incluso resulta chispeante y original el final alternativo con la leyenda “The End” y la sintonía de la Twentieth Century Fox.

Habrá quien diga que hay que dejarse llevar por la locura que sugiere el título original de la película, disfrutarla como un poema, no juzgarla ni tratar de comprenderla, pero es que esta levedad del ser -voluble, inmaduro y contradictorio-, guiado únicamente por el azar, es demasiado insoportable. Las malas hierbas se arrancan. La película de Resnais llega a España con tres años de retraso, pero podíamos haber pasado sin ella.

El valor para hacer una película a los 89 años.

Que no sabe ni de dónde viene ni a donde va.

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