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Lluvia en los zapatos

Lluvia en los zapatos, de María Ripoll

Lluvia en los zapatos: Una historia de colores

Lluvia en los zapatos | Londres es un feliz paraíso neopop, lleno de colores, música reggie y gente amable y natural. Víctor, actor fracasado, desordenado y supuestamente encantador en su espontáneo desaliño, sufre ante la inminente boda de su novia de toda la vida (con otro, claro). Atormentado por la culpa -su novia le dejó por un turbio asunto de cuernos-, se emborracha y sus gimoteantes huesos van a parar a un bar con camarera-mujer fatal y misterioso negro al piano. Londres se ha cubierto de nubes, llueve.

Antes de irse con la curda a otra parte, la camarera le da un maltrecho paraguas que abrirá la llave del realismo mágico. Dos extraños basureros lo llevan a un vertedero -el mejor escenario de la película-, en el que le regalan un hechizo: podrá volver al pasado, justo antes de que su novia lo dejara. Víctor, loco de alegría por el retorno a los colorines y al amor de la bellísima Lena Heady, intentará que en esta segunda oportunidad su relación sea perfecta.

A partir de aquí el guión va girando hacia una interesante demostración de tozudez por parte del destino. Sin embargo, y pese a los encantadores escenarios de un Londres luminoso y amable, la acción avanza tambaleante, algo ñoña: él pone caritas, ella sonrisitas y Penélope Cruz, imprescindible tercera en discordia, morritos. Todo en un ambiente con resonancias hippies y desenfadado a raudales, a demasiados raudales quizás, y enredos evidentes varios. Al final, un mensaje: la fidelidad es un bien precioso que hay que custodiar. Y una advertencia: cuidado con los ingenieros agrónomos recién llegados de la India.

Ficha Técnica

  • Fotografía: Javier Salmones
  • Música: Luis Mendo, Bernardo Fuster, Ángel Illarramendi
  • Duración: 90 minutos.
  • País: España
  • Año: 1998

 

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