Lo mejor está por llegar

Crítica Lo mejor está por llegar: El valor de la amistad

La película arranca con un malentendido: César y Arthur son lo más diferente que se puede ser –Arthur es un serio investigador clínico, el otro un bohemio fracasado-, pero amigos íntimos desde la infancia. Por una serie de incidentes que no vamos a revelar, Arthur descubre que César tiene un cáncer terminal; cuando va a informarle, presa de la emoción no logra decírselo, y César concluye que el enfermo es Arthur. Los noventa minutos siguientes son las consecuencias de ese equívoco.

Simpática película de la pareja de directores-guionistas Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte (El nombre), que gustan abordar temas humanos que afectan a todo el mundo. En el caso presente se trata de explorar la amistad: al darse cuenta de que al otro le queda poco tiempo -los dos piensan lo mismo- piensan qué sería lo mejor para él; lista de deseos aparte, cada uno piensa en lo que más importa, viejas rencillas que superar, pedir perdón, perdonar, acompañar al amigo hasta el final…

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Y se trata de una comedia -levemente disparatada-, no de un discurso existencial. Porque el principal acierto de los directores es haber elegido a un tándem probado de actores, Fabrice Luchini y Patrick Bruel, de los que llenan las salas en Francia; ellos llevan el peso de la historia, la hacen creíble, saben hacer reír y arrancar una lagrimita cuando es preciso, y eclipsan -sin proponérselo- a los/las secundarios/as que pillan a su paso.

Le sobran unos pocos minutos y algún cliché, pero se disfrutan igualmente.