Los miserables

El director danés Bille August ha sabido captar con un estilo clásico el romanticismo que desprende la novela inmortal de Víctor Hugo

Liam Nesson en Loss Miserables (1998), de Bille August
Liam Nesson en Loss Miserables (1998), de Bille August

Los miserables: El perdón y la venganza

La redención como odisea humana. La capacidad del hombre para renacer de sus propias cenizas. Los miserables materiales y los miserables espirituales. Esto constituye la columna vertebral y el motor de esta película dirigida por Bille August y basada en la inmortal novela de Víctor Hugo. El director danés ha sabido captar con un estilo clásico el romanticismo que desprende el libro. August se está convirtiendo, a golpe de claqueta, en un especialista en adaptaciones literarias, pues ya llevó a la pantalla La casa de los espíritus.

El guión busca su propio ritmo

Los Miserables es una película oscura, heredera de los tonos sombríos y épicos de algunos de los cuadros de DeLacroix, y que comprime en sus 130 minutos una novela inabarcable en el tiempo y en el retrato de la condición humana. August nos narra la vida y obras de Jean Valjean (Liam Neeson), un ex presidiario que intenta reconducirse por el buen camino, llegando a ser alcalde de una pequeña ciudad. Jean es perseguido durante años por el obsesivo policía Javert (Geoffrey Rush), que parece tener como única misión en la vida la de dar con Valjean en la cárcel. El guión no se hunde en lo literario de la novela madre, sino que busca su propio ritmo manteniendo un logrado pulso cinematográfico, mostrándonos un decadente fresco de la época, ya que el libro fue escrito como denuncia de la injusticia social de principios del siglo XIX.

Los Miserables se ve con interés y con cierto grado de emoción, aunque creo que mis vecinitas de butaca exageraban al pasarse toda la proyección llorando. Quizá los personajes están demasiado extremados en sus posturas, muy al gusto del pasado siglo: Valjean muy bueno y Javert muy malo. La eterna confrontación del bien contra el mal. El guionista debía haber actualizado algo a los personajes, dando algún toque de humanidad, o sea, de bondad, al villano de la sesión.

Liam Nesson en Loss Miserables (1998), de Bille August

 

Liam Neeson, al que hace algunos años los entendidos le auguraban una fructífera carrera como secundario, vuelve a hacerse con el papel protagonista, uno de esos que adoran los actores porque les permite profundizar en sus personajes en diferentes etapas de su vida a lo largo de todos los años en que se desarrolla la acción. Neeson está más que creíble en un papel que borda, y con su estatura, sus anchas espaldas y con este y otros papeles como el de Oscar Schindler, Rob Roy o Michael Collins, da la impresión que ha cogido el testigo de Charlton Heston en los llamados papeles épicos.

Uma Thurman se sacude una década de papeles de mujer explosiva para adentrarse en la piel de una mujer que lucha por mantener a su hija. Está realmente fea pero a la vez está realmente bien. Geoffrey Rush, al que ya vimos en Shine, pasa toda la cinta con cara de pocos amigos, y a los pocos que tiene su personaje les hace la puñeta. Destacar también la buena recreación, con una espléndida dirección artística y de producción que se nota no sólo en el vestuario o la utilización de la ciudad de Praga como el París de la época, sino también en los pequeños detalles como las uñas sucias de los personajes.
Los Miserables es pues una película con muy buenas cualidades, un respiro entre las cataratas de efectos especiales, que nos narra una historia grande y hermosa como la vida misma, pero también trágica… a veces también como la vida.

Ficha Técnica

  • Música: Basil Poledouris
  • Fotografía: Jörgen Persson
  • Montaje: Janus Billeskov Jansen
  • Vestuario Gabriella Pescucci

Los Miserables (Reino Unido, Alemania, EE.UU., 1998)

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