Los pequeños amores

Los pequeños amores: Dos generaciones

· Crítica de Los pequeños amores | Estreno 8 de marzo de 2024.
· Con un estilo extremadamente naturalista, asistimos al terror que las dos protagonistas sienten cuando miran su futuro: solo observan soledad, la certidumbre de no sentirse correspondidas.

Segundo largometraje de Celia Rico, quien ya había abordado un tema similar en su ópera prima Viaje al cuarto de una madre (2018): la complicada relación entre madre e hija, lo difícil que es comunicar lo que uno siente, la aparente oposición entre dos generaciones. Nuevamente, ella firma el guion, en esta coproducción con Francia filmada en Begues (Barcelona).

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Los pequeños amores relata el regreso de Teresa (María Vázquez), una académica de 42 años, a la masía de su madre viuda (Adriana Ozores) durante un sofocante verano, con el fin de cuidarla tras un accidente doméstico. Como anuncian la atmósfera cargante y los ventiladores dando vueltas sin parar, madre e hija necesitan un respiro y un soplo de aire renovado. Celia Rico entrega una obra delicada, íntima y muy cariñosa, en un envoltorio mimado al milímetro en su fotografía, sus encuadres y su iluminación.

No hay música en la narración. Con un estilo extremadamente naturalista, asistimos al terror que las dos protagonistas sienten cuando miran su futuro: solo observan soledad, la certidumbre de no sentirse correspondidas. En un purificador ejercicio de comunicación, tanto al revisar las decisiones y omisiones, como en pequeños gestos de caridad, ambas tratarán de borrar las manchas de su relación.

En este sentido, es impecable la contratación de unos pintores para remodelar la casa, símil de la nueva capa que necesitan las dos mujeres. El joven e inquieto Jonás (Aimar Vega), que admira los conocimientos de Teresa, será un espejo en donde ella contemple su pasado, al hacerle partícipe de las dudas existenciales que experimenta a los veinte años.

Los pequeños amores transcurre sibilinamente entre los hastíos y tiempos muertos del verano. El subir y bajar escaleras, mover un mueble, pasear al perro, elegir lecturas pasajeras, preparar el gazpacho y enviar una nota de voz son las acciones de este drama intimista y poético, en el que María Vázquez y Adriana Ozores ofrecen un duelo interpretativo con mayúsculas. Los planos prolongados de algunas de sus conversaciones, conjugados con silencios, gestos y miradas, dan lugar a una sobresaliente introspección en dos mujeres de diferentes generaciones, pero más semejantes de lo que se piensan.