Los que se quedan

Los que se quedan: Cuento de Navidad

· Crítica de Los que se quedan | Estreno 3 de enero de 2024.
· Una obra deliciosa, pequeña pero universal, una lección de vida y optimismo, cuya misma ambientación es un alarde que puede hacer creer que se rodó en 1971.

Año 1971 en el prestigioso internado masculino Barton –similar a la Academia Welton, de El club de los poetas muertos-, en Nueva Inglaterra. Se acerca la Navidad y los estudiantes se disponen a volver a casa, para pasar las fiestas con los suyos. Un puñado de alumnos no tiene donde ir y permanece en el colegio, al cuidado del profesor Paul Hunham, un solterón duro y antipático, a quien el director encarga, como «castigo» por haber suspendido al hijo de uno de los mecenas de la institución, quedarse con esos chicos durante las fiestas. Al final, se queda sólo con un alumno, Angus Tully, adolescente brillante pero problemático, expulsado de diversos internados, ahora mismo enfadado y frustrado por el nuevo matrimonio de su madre, y con la cocinera de color Mary Lamb, que acaba de perder a su único hijo en Vietnam. Estas tres personas aprenderán a conocerse, y mejorarán gracias a los otros.

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Los que se quedan es una de las mejores, si no la mejor, película del año 2023 y será candidata, por lo menos, a tres Oscar: mejor película, mejor actor y mejor actriz. Se trata de la última obra de Alexander Payne, autor poco prolífico pero con una trayectoria impecable (Entre copas, Los descendientes, Nebraska), cuya única obra menor, Una vida a lo grande, tampoco es un desastre. Payne suele escribir sus propios guiones (salvo en Nebraska), en el caso presente tampoco lo ha hecho, pero David Hemingson ha aceptado numerosas sugerencias de Payne, que ha convertido la historia en algo propio.

Los que se quedan es un cuento de Navidad que utiliza numerosos clichés, pero el conjunto es plenamente original. En ningún momento se tiene la sensación de caer en tópicos porque la historia rezuma sinceridad, veracidad, por todas partes. Es Navidad y, de alguna manera, la gente es más consciente de los demás y, en ese momento, la persona más improbable puede tener -en este caso lo tiene- un impacto fundamental en la vida, darle un nuevo giro, sanar heridas del alma. En los primeros veinte minutos David Hemingson y Payne hacen un magnífico ejercicio de presentación de la escuela, los alumnos, el resto del personal y del tiempo de Navidad, incluidos los tres protagonistas principales. Inicialmente se van a quedar siete personas, cinco alumnos y dos adultos. Luego quedan reducidos a tres, que inconscientemente toman los «roles» de padre, madre e hijo. El acercamiento, nunca fácil, resulta posible. Surgen confidencias, situaciones nuevas: participar en una fiesta, un viaje… y una cancha gigantesca para que tres grandes actores se luzcan y abran a los demás y al público un riquísimo mundo interior.

Paul Giamatti, que hace 20 años rodó con Payne la deliciosa Entre copas, está enorme. Le vemos evolucionar de una manera sencilla y realista, no como Scrooge sino paso a paso, torpe al inicio, humanizándose, interesándose de veras por los demás. Nos deja descubrir ese corazoncito que tiene escondido, y sus motivos. Dominic Sessa, que interpreta a Angus, es un descubrimiento, sobre todo a la hora de guardar su interioridad hasta el final, el modo de aislarse, de mantener la pose, de ocultar su talento y su dolor, hasta que no puede dejar de hacerlo. Da’Vine Joy Randolph, menos compleja, da un recital de sensibilidad siendo compañera, madre y hermana, sabe sufrir y estar alegre. Junto a ellos aparecen una serie de secundarios que, universalmente, hacen brevísimas apariciones antológicas.

Una obra deliciosa, pequeña pero universal, una lección de vida y optimismo, cuya misma ambientación es un alarde que puede hacer creer que se rodó en 1971 también por el tratamiento del sonido, del color y del mismo celuloide.