Marmaduke

Marmaduke va a cumplir setenta años. Es un gran danés que salió de la pluma e ingenio de Brad y Paul Anderson y cuenta con un público incondicional, dispuesto siempre a entenderle y reírle las gracias. Hay que reconocer que el formato tira cómica de periódico le favorece: una situación y un desenlace.

En 2010 Marmaduke tuvo una salida poco gloriosa a la pantalla grande. Se trataba de un híbrido con personajes de carne y hueso y otros creados o retocados por ordenador. Como suele suceder con esos productos, un cierto infantilismo y un sentido del humor aséptico orientado a la infancia (tal como la conciben algunos productores) crea un mundo en el que los humanos son ridículos e irreales, y las mascotas solo están ligeramente por encima de ellos en la escala evolutiva.

La nueva versión de Marmaduke para la pantalla grande es -y eso es bueno- completamente animada; mantiene el parecido del protagonista con su original de las tiras cómicas -lo que también es bueno-, pero tiene un guion súper convencional que deja mucho que desear. Un problema de adaptación al siglo XXI de un personaje de los años 1950. Una presentación insuficiente declara que Marmaduke es un perro desastroso e indomable, aunque lo que vemos es un perro doméstico acostumbrado a jugar con su amo, un crío de ocho años. Los desastres que atribuyen al perro son provocados por sus amos. A partir de ahí la película consiste en acumular gags más o menos originales, sobre el telón de fondo de un concurso canino que Marmaduke se esfuerza en ganar para agradar a su familia, superando múltiples obstáculos.

Con alguna idea positiva y educativa pero con poca fuerza y originalidad, tiene un pase gracias a la simpatía del protagonista y las buenas intenciones de todos.