Misión: Imposible. Protocolo Fantasma

Misión: Imposible. Protocolo Fantasma: Velocidad de Cruisero

Supongo que la pregunta que nos hacíamos todos los que seguimos los movimientos de la industria del cine norteamericano en su versión blockbuster era que podía hacer Brad Bird con la cuarta parte de una saga (Misión: Imposible. Protocolo Fantasma) que antes había pasado por las manos Brian De Palma, John Woo y J.J. Abrams, haciendo taquillas de 458, 546 y 398 millones de dólares respectivamente.

Mi respuesta anticipada fue: «como mínimo hacer una película mejor que las tres anteriores». Y así ha sido. Brad Bird es un director de cine como una casa y bastan 5 minutos de El gigante de hierro, Los increíbles y Ratatouille para comprobarlo. A sus 54 años, con dos Oscar bajo el brazo y un prestigio tremendo en Pixar (con ellos está terminando 1906), al director le ha llegado otro cincuentón marchoso llamado Tom Cruise, amo y señor de la película, productor con J. J. Abrams, le dijo a Bird que quería volar con él… Y dicho y hecho.

Los guionistas son dos curtidos escritores de series como Alias, Life on Mars y Happy Time que construyen una historia coherente con el tono de la saga, introduciendo a unos nuevos compañeros de misión para el incombustible Ethan Hunt. Los personajes que interpretan Paula Patton, Jeremy Renner y Simon Pegg tienen gracia y carisma y forman un buen equipo. Hay simpatía y dinamismo en una aventura trepidante que cambia varias veces de escenario, permitiendo unas vistas bellísimas que el gran Robert Elswit ha fotografiado en alta definición y para poder proyectar en formato IMAX. Está claro que el subgénero dentro del cine de acción es el de la fantasmada fashionista (no en vano, la película se llama el Protocolo Fantasma) pero ya puestos, hay que reconocer que se ve y se oye muy bien.

Ver y oír. Ha llegado el momento de hacer una pausa que puede parecer digresiva. A mi modo de ver (el de alguien que ve mucho cine y conoce salas de cine de todo tipo), una película bien rodada y proyectada adecuadamente en una sala con un pantallón panorámico, patio de butacas inclinado con visibilidad perfecta que permita leer bien los subtítulos y con un sonido de última generación le da cien vueltas a ese invento estúpido llamado 3D. En concreto, el espectáculo que supone ver una película no de acción, sino simplemente con hermosas localizaciones urbanas o a campo abierto, es memorable. Tanto que, si la película es medianamente buena, no tendrían que pincharme demasiado para pasar por taquilla y verla por segunda vez. Para que se me entienda, si me dicen que recorra veinte kilómetros para ver por décima vez Doctor Zhivago o Moulin Rouge o Master and Commander en estas condiciones, no me lo pienso dos veces, ya estoy allí.

Creo que esta película de Bird, sin ser nada del otro mundo, es otra muestra de que el cine puede ser un espectáculo y los que lo hacen, lo distribuyen y lo exhiben pueden seguir haciendo cosas para que lo sea, para que lo siga siendo con nuevos alicientes, sin recurrir a inventos tan absurdos como el 3D.

Cierro paréntesis y acabo. Para ser una cuarta parte la película no está nada mal, gracias a un director y a unos guionistas que han hecho bien su trabajo para que el reparto se meta en un tobogán de aventuras circenses con una generosa oferta de largas secuencias de acción modelo más difícil todavía. Otros componentes del equipo contribuyen a un acabado impecable con una sagacidad envidiable: la música de Giacchino es estupenda y el montaje de Hirsch, modélico.

Cruise corre y salta y promociona sus películas como un profesional… y BMW hace un product placement al alcance del terrícola más despistado.

Arriba: La dirección de Bird, la foto de Elswit

Abajo: El malo es mejorable