Moulin Rouge

Es como un musical... operístico, como una tragedia clásica en elegante vértigo de imágenes, luces y colores, música

Moulin Rouge, de Baz Luhr­mann

Moulin Rouge: El amor lo puede todo

Con su Ro­meo y Julie­ta, Baz Luhr­mann pareció despertar a una definitiva madurez su personalidad cinematográfica. Aque­lla versión creativa era algo hecho con rotunda seguridad, sin duda un largo trabajo previo de preparación, como ha sucedido con Moulin Rouge. Y también esta película, quizá más que aquella, ha recibido muy desacordados comentarios de la crítica y muy diversas reacciones del público. En unos y otras, desde el frenético entusiasmo hasta el rechazo radical.

Fastuosa, apabullante y deslumbrante, desmesurada. Son algunos adjetivos que pueden calificar esta obra de dos horas de canciones y de baile, de rico y variado vestuario, de muy rica y variadísima decoración y, dentro de eso, de valores, emociones y sentimientos humanos. La dirección de Luhrmann distorsiona, encuadra de maneras peculiarísimas, da un tempo y un ritmo muy buscados; todo eso es lenguaje significativo -es decir, cine-, más eficaz tal vez que las palabras de los personajes y que la interpretación de los actores.

Banda musical propia

Es como un musical… operístico, como una tragedia clásica en elegante vértigo de imágenes, luces y colores, música. Sí, música: en cuanto a eso es un centón, es decir, una composición hecha con muchas canciones ajenas, de distintos autores. Mou­lin Rouge tiene banda musical propia, pero en su mayor parte el desarrollo de la acción se apoya en estupendas canciones de moda en diversos tiempos; aunque la acción tiene lugar en un fantástico XIX digitalizado, todo se aúna.


Tal vez sea meritorio que Nicole Kid­man y Ewan McGregor canten y bailen, además de actuar, pero digo que los profesionales del canto y los profesionales del baile lo hacen mucho mejor, y es más satisfactorio. Más satisfactorio para el espectador.

A la primera parte, o quizá al primer tercio de la película, van mejor aplicadas las palabras apabullante, desmesurada, vertiginosa, mareante…: un enjambre o un hormiguero de aparentes seres humanos que de manera enloquecida, obsesionada y urgente, quieren divertir y divertirse. La sensación de vicio viscoso, de orgía peor que animal, transmiten un malestar asfixiante -algo buscado por Luhrmann-, que queda subrayado por la repugnante presencia obesa, sudorosa y maquillada, prepotente sin gracia, del presentador y animador del espectáculo Jim Broadbent.

Este oscuro aire, enrarecido y maléfico, permite el contraste del aire puro y fresco que ofrece el joven escritor –Ewan Mc­Gre­gor-, es decir, su amor por la gran cocotte (¡algo insólito!) del Moulin Rouge, Nicole Kidman, a quien nadie amó, sino que siempre fue comprada. El gran comprador es un joven conde millonario, Ri­chard Roxburgh… Y he aquí el tremendo triángulo para el tormento del amor, y para la muerte.

(Dicho sea entre paréntesis y deprisa, el amor del joven escritor no es tan… puro, es más bien fresco, pero, en fin, concédase como fábula que resulta de nieve al lado del indigno y negro afán del malignísimo conde).

Amor como parábola del Moulin Rouge

Pues esta es la cosa. Si se quiere, pero no es necesario, se puede llamar romántico al amor EwanNicole. El amor de un joven escritor provinciano y de una gran cualquiera, que disfraza su desgarrado corazón con lentejuelas, es más bien una parábola del Moulin Rouge, de la que se deduce una verdad, que se repite como leitmotiv a todo lo largo de la película de Luhrmann: el amor lo puede todo.

Ficha Técnica

  • Música: Craig Armstrong 
  • Fotografía: Donald M. McAlpine
  • País: EE.UU. 
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