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Muchos hijos, un mono y un castillo

Diálogo de 90 minutos en­tre el director del documental, Gustavo Salmerón, y su madre Julita, con una per­manente actitud de extraer recuerdos, reflexiones y opiniones de la protagonista

Muchos hijos, un mono y un castillo (2017)

Muchos hijos, un mono y un castillo: Documental con mayúsculas

El caso de Muchos hijos, un mono y un castillo es bien singular en el cine español por varios motivos. En primer lugar, se trata de una producción con un gran éxi­to de crítica, de público y numerosos premios, que no contó con ninguna sub­vención porque los miembros de la comisión encargada por el Ministerio de Cultura pa­ra estudiar los proyectos y decidir cuáles son los mejores, en función de la calidad de los mismos, entendieron que no era merecedora de una.

Tampoco ha contado con el respaldo de televisiones o plataformas digitales; en sus cré­ditos iniciales tan solo figuran la distribuidora española, Caramel Films, la londinense Dogwoof y una única productora, Sueños despiertos, la misma con la que Gustavo Salmerón realizó su anterior trabajo, el cortometraje Desaliñada (2001), con el que ganó el Goya.

Es cierto que con el notable abaratamiento de los costes de producción, debido a la revolución tecnológica vivida los últimos años, producir una película en la actualidad tie­ne unos costes infinitamente más bajos que cuando era preceptivo rodar en negativo y recurrir a un laboratorio de cine. Pero de la ingente cifra de películas rodadas en España con tan pocos medios, son muy contados los casos que desembocan en un estreno en salas y más cuando solo hay una productora detrás, como es el caso.

Gustavo Salmerón eligió el prestigioso, pero poco conocido en España, Festival de ci­ne de Karlovy Vary, en la República Checa, para estrenar su película en lugar de optar por el de San Sebastián o la Seminci de Valladolid, escenarios propicios para estas producciones o directores noveles, que buscan el eco de estos certámenes para poder dar a conocer sus trabajos, conseguir algún premio o buenas críticas con las que poder acce­der a las salas. En cualquier caso, es cierto que esta arriesgada apuesta tuvo su recompensa porque logró el premio al mejor documental, lo que seguramente facilitó que se le abrieran las puertas, un par de meses después, para dos importantes citas: la sección oficial del Festival internacional de cine de Toronto y la reconocida sección Zabalte­gi-Tabakalera, de San Sebastián.

Sin duda, lo que hace aún más especial este documental es el gran respaldo que ha ob­tenido del público. Según los datos oficiales del Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales, ICAA, ha sido vista por más de 90.000 espectadores y ha obte­ni­do una recaudación superior a los 500.000 euros, todo un éxito en el cine documental. Ade­más de estas cifras, que ponen de relieve el éxito indiscutible de esta producción, hay otro hecho inaudito en el cine español en general, y también dentro del documental, y es el tiempo que la película ha permanecido en cartel: se estrenó el 30 de noviem­bre y hay constancia de que al menos ha estado proyectándose hasta el 10 de mayo en el cine Alameda de Sevilla, es decir, prácticamente cinco meses y medio, algo absoluta­men­te inédito no solo para un documental sino para cualquier película, salvo contadísi­mas excepciones.

Interrelación entre autor y protagonista

El profesor norteamericano Bill Nichols enumera cuatro modalidades o formas de representar la realidad que cita al clasificar a los documentales: expositivos, observadores, re­flexivos e interactivos. Muchos hijos, un mono y un castillo se enmarcaría claramente en este último grupo porque el realizador «actúa, participa, de­fiende, acusa, provoca a los actores sociales reclutados… con el objetivo de darles la au­toridad textual y de continuidad en el montaje».

Se puede afirmar que prácticamente todo el documental se estructura en un diálogo en­tre la protagonista del mismo, Julita Salmerón, y su hijo Gustavo, que mantiene una per­manente actitud de extraer recuerdos, reflexiones y opiniones de la primera. En algunas ocasiones esa interrelación se da con los dos en plano, y en otras, tan solo se oye la voz en off de Gustavo Salmerón, situado tras la cámara.

Este diálogo del autor (con funciones de director, coguionista y operador de cámara) con la protagonista y al­gunas de las reflexiones de ésta conducen a que en varias secuencias se produzca la rup­tura de la «cuarta pared». Tanto Salmerón como su madre se refieren al documental en sí en algunos momentos, como al principio del mismo cuando éste confiesa no saber cómo empezarlo o cuando ella dice que no quiere que lo haga porque no es una película para el público.

Una prueba muy palpable de esta decidida apuesta por un documental interactivo se encuentra en el propio cartel, en el que aparece Julita Salmerón sentada en el lado iz­quierdo mientras que a su derecha, y de pie, se encuentra Gustavo Salmerón, cámara en mano. Sin embargo, no se encuentra mirando a través del visor sino que, a modo de re­trato, mira al frente, curiosamente a diferencia de su madre, como señal inequívoca de su apuesta por la permanente ruptura de la «cuarta pared».

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El estudio crítico completo de esta película se encuentra en el libro Cine Pensado 2017, que puedes adquirir en este enlace:

Ficha Técnica

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