Mystic river: Almas en pena

Mystic River | Rodando en el purgatorio. Así titula mi amigo y compañero Juan Velarde un sugestivo estudio sobre Eastwood (San Francisco, 1930) que llegará a las librerías en diciembre próximo, junto a otros 19 trabajos reflexivos sobre directores especialmente influyentes en el cine contemporáneo, en un volumen que he tenido la suerte de coordinar.

La película número 24 de Eastwood vuelve a contar con un guión de Brian Helgeland (L. A. Confidential, Rescate, Conspiración), que ya firmara el libreto de su anterior película, Deuda de sangre, un título muy fácil de olvidar por su ramplonería y escasísima entidad. Helgeland (Rhode Island, 1961) adapta el best seller de Dennis Lehane, que cuenta una terrible historia sobre crimen, odio y venganza. Ambientada en Boston, la ciudad y sus barrios tienen gran importancia en un thriller de intenso sabor clásico, con una abierta estructura de western. East­wood vuelve a revelarse como un prodigioso narrador, un cineasta en la cima de su carrera que es capaz de atrapar al espectador en los vericuetos de una crudísima historia que gira sobre la relación entre tres amigos de clase trabajadora, en dos momentos separados entre sí por un cuarto de siglo y un terrible suceso. Un atormentado padre de familia (Robbins), el propietario de un modesto drugstore (Penn) y un inspector de policía (Bacon), verán renacer los fantasmas de una infancia dinamitada por unos desaprensivos. Dos hermanas (sensacionales Linney y Gay Harden), casadas con los dos primeros, luchan por salvarles del naufragio.

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«Es una cinta sobre personas reales que se buscan a sí mismas en circunstancias difíciles. Por eso exigió de nosotros honestidad y autenticidad» ha declarado Eastwood. Si bien es cierto que el director de Sin perdón vuelve a echar ma­no de un argumento siniestro y ominoso, no lo es menos que hay humanidad por arrobas y una soberana lección de cine en Mystic river, en la que mucho tiene que ver la colaboración del montador y el director de fotografía (colaborador del gran Conrad L. Hall en Camino a la perdición), dos profesionales de enorme talento que han hecho muchas películas con Eastwood y le han permitido labrarse un estilo visual propio. Gracias a ellos se hacen posibles secuencias extraordinarias como la del puente o la del espeluznante hallazgo del cadáver en el parque.

Sin embargo, es muy necesario apuntar que el sesgo alambicado que caracteriza las tramas policíacas de los best seller no beneficia para nada una película que habría sido mucho mejor con una historia menos artificiosa. Es inevitable recordar títulos como Ejecución inminente y Poder absoluto para destacar un innegable don del crepuscular Eastwood: Su asombroso talento para sacar petróleo de terrenos por los que casi nadie daría un duro. Es más que evidente que las cuestiones que surcan Mystic river tienen bastante hondura y quieren acercarse al tono del Ford más amargo, el de Siete mujeres o Centauros del desierto. Irregular y sorprendente, el veterano rea­lizador -su primer largo se remonta a 1971- nos ofrece una gran película que podía haber sido una rotunda obra maestra. Se alarga la sombra de una duda recurrente: ¿por qué ha pagado Eastwood el evidente y desasosegante peaje lúdico que incluye este relato desmesurado extraído de la chistera del maniobrero Helgeland?

Ficha Técnica

  • Fotografía: Tom Stern
  • Montaje: Joel Cox 
  • Música: Clint Eastwood, Lennie Niehaus
  • Distribuidora: Warner
  • Estreno en España: 24.10.2003

EE.UU., 2003

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Reseña
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Profesor universitario de Narrativa Audiovisual, Historia del Cine y Apreciar la belleza. Escritor