Paddington

Paddington: Londres a vista de oso

Hace mucho tiempo, en la selva peruana, un ignorado explorador británico descubrió una especie nueva: unos osos sensibles, extremadamente inteligentes, casi humanos. Al despedirse de ellos para volver a Londres, les invitó a ir a Inglaterra donde «serán bien recibidos». Muchos años después el joven sobrino de aquellos osos que conoció el explorador, va a Londres…

Desde su aparición en 1958 el oso Paddington fue adoptado por Gran Bretaña, donde es una institución: tiene una estatua en la estación de Paddington; decenas de libros cuentan sus aventuras -más anécdotas que aventuras-, que han vendido más de treinta millones de ejemplares; durante años ha protagonizado varias series de televisión, y ahora salta a la pantalla grande con lo mejor del cine británico. Pero, podría ser un problema, es excesivamente local.

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La película de  Paul King, director de televisión, ha sido realizada con primor, hay un esfuerzo técnico prodigioso por dar auténtica vida a Paddington, y por mostrar Londres -segundo protagonista de esta historia- y sus pobladores a través de los ojos de esta criatura, tal y como sucede en los cuentos originales. Visualmente la cinta es una pequeña joya, aunque sus numerosos hallazgos pasan inadvertidos porque los productores los ponen al servicio de Paddington y su historia. Ahora bien, ver a una serie de grandes actores haciendo gansadas puede no resultar del agrado a aquellos que carecen del humor británico o han bebido sus historias desde la cuna.

Ciertamente Paddington tiene magia, y el espectador que supere el rechazo inicial que le puede provocar la historia, acabará encontrándola, y hasta se dejará seducir por la pequeña intriga que existe, y por el encanto de los Brown. Pero existe la posibilidad de que Paddington no llegue lejos fuera de su ámbito natural británico.