Piratas del Caribe 4: En mareas misteriosas

Piratas del Caribe 4: En mareas misteriosas: Parque temático

Continúa la saga pirata. Ha cambiado el director pero todo sigue igual, fastidiosamente igual. Es como ir de nuevo al mismo parque temático. Rob Marshall (Chicago) dirige un guión soso y previsible de los habituales Rossio y Scott, sin ritmo, sin tensión, sin gracia. Todo está muy visto y oído, sólo queda subir la música y sacar unas sirenitas muy monas, entre las que destaca la hispano-francesa Astrid Berges-Frisbey, a la que vimos hace poco en Bruc. El desafío.

Penélope Cruz (nos alegran los variados y floridos piropos que fuera de la pantalla le prodiga su colega Johnny Depp) tiene un personaje plano y la actriz madrileña poco puede hacer con él. Y está el inevitable 3D que sirve para que todo se vea más oscuro y para subir 3 euros el precio de la entrada, aunque de las casi 900 copias solo 323 son en ese formato. El comienzo, con una persecución dinámica y bien rodada, es prometedor, el resto es más de lo mismo, 140 minutos que se hacen interminables.

El diseño de producción es impecable, la fotografía (a pesar de las gafas oscuras), también, y que más quieren que les diga: qué añoranza de una buena novela de Salgari;  cualquier película de piratas de serie B (salvo las del patético Bob Hope) me interesa más que el circo a cinco pistas montado por Mr. Bruckheimer, con el jefe de pista Depp poniendo vocecitas y contoneándose en cada fotograma. Puestos a soñar, que bonito sería que Bruckheimer pusiera su dinero para convencer al master Weir y tener la dicha de ver de nuevo al Commander Crowe a bordo de la Sophie para llevarnos al otro lado del mundo…

Arriba: el prometedor prólogo de Piratas del Caribe 4: En mareas misteriosas

Abajo: más de lo mismo