Shrek, felices para siempre

Shrek, felices para siempre: Nostalgia de ciénaga

Shrek, felices para siempre | Tras nueve años de éxito y casi mil nove­cientos millones de dólares de recaudación, Dreamworks Animation presenta la úl­tima entrega de la saga Shrek, el ogro de la ciénaga, y sus amigos. Cuando en 2001 apa­reció Shrek fue la locura. El ogro parecía romper moldes y ser un modelo de origi­nalidad por el modo desenfadado e icono­clasta de tratar fábulas clásicas.

Las dos entregas siguientes mantuvieron el esquema, fueron dignas secuelas, pe­ro iban perdiendo fuelle. Shrek se iba abur­guesando -negación de la esencia de Shrek-. Sólo algunos toques geniales, co­mo el Gato con Botas, elevaban el listón. En es­ta cuarta -y definitiva- entrega los guio­nistas han mantenido la inercia del per­sonaje, ahora padre de familia burgués en plena crisis de la media edad, pero han te­nido el acierto de aplicar un principio bá­sico en las series, especialmente cuando se empantanan y nadie sabe hacia dónde ir, y el único motivo para la nueva entre­ga es hacer dinero aprovechando el “boom” del 3D, volver al principio.

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Shrek se siente atrapado por la monotonía de su hogar, con sus días iguales, cambiando pañales, saludando a los vecinos y a los turistas que vienen a ver al simpático ogro que no les va a hacer ningún da­ño… y recuerda con nostalgia los días en los que era temido. El enemigo, el enano Rum­pelstiltskin, aprovecha el momento y le ofrece un trato: le dará un día de diver­sión como los de antes a cambio de un día cual­quiera de su pasado.

La historia, de tono más serio que las an­teriores, recupera el ritmo -y parte de las aventuras- de la primera. Mucha acción, mucho humor, buena música, formida­bles efectos visuales y siempre Shrek, dis­puesto a dar la vida por sus amigos.