Solaris

Soderbergh se empeña por convertir en protagonista exclusivo el derrotero sentimental que existe en la novela y la jugada le sale mal

Solaris, de Andrei Tarkovski

Solaris: Perdidos en el espacio

En 1961, un médico polaco-ucraniano escribió una novela magnífica llamada Solaris (en España la acaba de reeditar Minotauro, con una sorprendente traducción con deje hispanoamericano). El libro de Stanislaw Lem (Lvow, 1921), un rompecabezas psicobiológico sabiamente tramado para enganchar a un espectro amplio de lectores, es sin lugar a dudas una de las cimas de la ciencia ficción.

Tarkovski, en 1972, se atrevió con esta compleja historia sobre un misterioso planeta optando por un planteamiento abiertamente metafísico. Logró una película bellísima, que requiere varios camiones de paciencia, y se llevó el premio del Jurado y el de la FIPRESCI en Cannes. Treinta años después un director norteamericano considerado por más de uno (yo he sido uno de ellos) como la gran esperanza blanca, ha decidido montarse una película -otro remake, y esto empieza a ser preocupante en un director tan joven- con algunos elementos de Solaris. Sería ridículo, a estas alturas de la cosa adaptatoria, pedirle cuentas a Soderbergh por no ser fiel a la novela. De hecho no lo es.

Me parece que Solaris no funciona como película porque el guión es endeble y resulta desacertada la opción narrativa caleidoscópica que tanto gusta a Soderbergh, que creo se equivoca asumiendo tanto como asume (foto, montaje, dirección, guión), hasta el punto de perder la brújula. La desorientación de Soderbergh viene a magnificar la complejidad original de una historia que exigió a Lem -que no simpatiza con el cripticismo de Borges– muchas páginas de explicaciones sobre el singular y enigmático comportamiento del planeta Solaris, un océano en continúa metamorfosis, continuo interlocutor del narrador de esta historia, un psicólogo apellidado Kelvin.

Soderbergh se empeña por convertir en protagonista exclusivo el derrotero sentimental que existe en la novela y la jugada le sale mal. Ya lo dice el narrador protagonista en la novela: «en el estudio de Solaris, un punto de vista lírico es inconveniente. La imaginación y las hipótesis prematuras son particularmente nefastas cuando se trata de un planeta en el que todo al fin resulta posible».

El director de Ocean’s eleven ha declarado algo así como que ni le interesaba ni le apetecía hacer una película de acción, repleta de tecnología y protagonizada sólo por tíos sesudos que se comen el tarro ante complejos enigmas sobre asimetríadas, mimoides y vaya usted a saber. El love story de diseño del director de Traffic se convierte en un galimatías de 99 minutos que emociona poco, intriga un pelín y no llega a inquietar en ningún momento. Lo del culete de Clooney parece una desesperada e infantil maniobra publicitaria para hacernos creer que el público europeo sabrá apreciar la inteligencia de una peli que en EE.UU. no ha despertado entusiasmo en casi nadie.

El sonido, la planificación, el vestuario, el diseño de producción son magníficos. Los actores están casi tan perdidos como Soderbergh, salvo Jeremy Davies que compone bien al desconcertante Snow, reducido a pavesas. Quizás James Cameron (Titanic), el productor que tenía adquiridos los derechos de la novela de Lem podría haberse ahorrado algunos millones (47 nada menos) y haber encargado la peli al bueno de John Sayles (Lone star) que quizás se hubiera manejado mejor con tantos espejos, fantasmas y miradas perdidas en el espacio.

Ficha Técnica

  • País: EE.UU., 2002
  • Fotografía y montaje: Steven Soderbergh
  • Música: Cliff Martinez
  • Distribuidora: Fox
  • Estreno EE.UU.: 19 de noviembre de 2002
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