Taxi Teherán: Panahi y la censura iraní

Un cineasta condenado a no rodar más viaja en taxi y escucha la conversación en­tre el conductor y otros pasajeros. En ese momento se pregunta qué pasaría si, dado que no sabe hacer nada más que rodar, se viera obligado a convertirse en taxista. A raíz de esa reflexión surge Taxi Teherán, donde a lo largo de una tarde to­do tipo de pasajeros se suben a un taxi conducido por el propio director.

Los clientes hablan con absoluta franqueza entre ellos y nos muestran diversas face­tas del Irán actual: el vendedor ambulante de copias en DVD de películas prohibidas en el país, un hombre que sufre un accidente y está al borde de la muerte, dos señoras que deben arrojar un pez en un manantial exactamente a mediodía, una activista polí­ti­ca que lleva rosas a la cárcel a una chica presa por acudir a un evento deportivo, o la so­brina de Jafar Panahi, que está rodando un vídeo para el colegio y debe atenerse en su prác­tica escolar al estricto código moral audiovisual del país. La película termina cuan­do, tras apearse del coche, dos desconocidos roban la cámara.

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Una niña recoge el Oso de Oro

En febrero de 2015, Hanna Saedi, sobrina de diez años de Jafar Panahi, asía en nombre de su tío el Oso de Oro de la Berlinale. La niña que había protagonizado una de las se­cuencias fundamentales de Taxi Teherán temblaba con la estatuilla en la mano. El pú­blico, emocionado, aplaudía. Hanna, aturdida, tan solo pudo levantar con sus peque­ños brazos el premio. Este leve gesto motivó uno de los mayores escándalos del festival de cine alemán, que tuvo que gestionar durante meses una profunda crisis diplomática con Irán.

Jafar Panahi no pudo acudir en persona a recoger el galardón puesto que le había si­do prohibido filmar películas y abandonar su nación. A pesar de ello, este es el tercer largometraje que realiza desde su condena, tras Esto no es una película (codirigida con Mojtaba Mirtahmasb, 2011) y Pardé (codirigida con Kambozia Partovi, 2013). Taxi Tehe­rán y las dos anteriores se rodaron sin permisos, sin presupuesto y casi sin equipo. Estas tres creaciones domésticas, sin embargo, se estrenaron en los certámenes de ci­ne más importantes del mundo y obtuvieron los premios más prestigiosos.

Panahi recurrió a todo tipo de artificios para escapar de la censura y al control de la administración: desde filmar en su propia casa hasta crear una historia en su residencia de vacaciones o, en este caso, fingir ser taxista y grabar, aparentemente sin su consenti­mien­to, a pasajeros supuestamente anónimos. Esta libertad formal ha ido acompañada de una rocambolesca aventura para poder exhibir sus obras en el extranjero.

Ninguna de estas películas salió de Irán a través de los medios tradicionales o por va­li­ja diplomática, como correspondería a una obra que se manda a estos festivales, si­no de for­ma ilegal y clandestina. Para burlar aduanas y controles fronterizos, estos filmes han viajado en pen-drives escondidos en el equipaje de falsos turistas e, incluso, ocul­tos en el interior de una tarta, como en una mala película de espías de la Guerra Fría.

Por eso, cuando la joven Hanna Saed alzó el León de Oro, todos los asistentes sabían que Jafar Panahi no faltaba al acto por un ataque de narcisismo o de timidez, sino porque se encontraba recluido en su país. La ovación fue para una gran película pero, aún más, para la actitud valiente de un cineasta.

Liberados por la tecnología

Los medios de producción digital han conquistado tanto el cine comercial como el mi­noritario o underground. A principios del siglo XXI Matt Hanson (2004) sostenía que la bobina había quedado obsoleta y era algo estrictamente para nostálgicos. Este giro al digital es todavía mayor en las películas de bajo presupuesto y en los países periféri­cos, utilizando el término acuñado por Alberto Elena en 1999 para las filmografías nacionales alejadas de los grandes centros de producción.

Es precisamente una de estas cinematografías, la iraní, la que ha mostrado más entu­sias­mo en su acercamiento a lo digital. Parviz Jahed (2014) detalla acertadamente cómo to­da una generación de creadores de dicho país ha recurrido a las nuevas tecnologías pa­ra abaratar el coste de sus producciones y, a la vez, para solventar los problemas con la administración y la burocracia de su nación, que son despiadadas en muchas ocasiones con las obras de los directores.

Nadia McGowan & Luis Deltell

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Cine PensadoEl estudio crítico completo de esta película se encuentra en el libro Cine Pensado 2015, que puedes adquirir en este enlace:

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