Tigre y dragón

Lee rescata el género del kung fu con un extraordinario ejercicio de buen gusto, lleno de armonía y lirismo visual, escenarios espectaculares y, sobre todo, magia

Tigre y dragón

Tigre y dragón: Magia china directa al corazón de Hollywood

Ang Lee ha ennoblecido el cine popular chino. Buena falta le hacía. Las historias de monjes guerreros expertos en artes marciales constituyen una parte importante de la mitología china, un equivalente a nuestros caballeros medievales, salvando las distancias. Y el destrozo que han hecho las miles de películas de kung fu de ínfima calidad en este caudal mítico es enorme.

Con Tigre y dragón, Lee, un autor consagrado en películas occidentales (Sentido y sensibilidad, Tormenta de hielo), ha rescatado el género con un extraordinario ejercicio de buen gusto, lleno de armonía y lirismo visual, acción y aventura, excelentes intérpretes, escenarios espectaculares y, sobre todo, magia. Porque los personajes de Tigre y dragón son pura fantasía: vuelan, viven romances con bandidos del desierto, roban espadas legendarias… Una maravilla que le ha valido diez candidaturas a los Oscar.

La excusa para mostrarlos en esta cuidada superproducción es la archiconocida historia del héroe -en este caso un monje guerrero chino magníficamente encarnado por Chow Yun Fat (Ana y el rey)- que, cansado de su vida de aventuras, decide retirarse. La irrupción de una joven y misteriosa aprendiz aventajada en artes marciales le devuelve momentáneamente la ilusión al ver en ella la discípula perfecta. Pero el ardor juvenil de la muchacha la hace prácticamente indomable: su orgullo corre el peligro de convertirse en soberbia, lo que haría caer en el lado oscuro de la libertad.


A partir de aquí, el argumento se desarrolla con vivacidad animada por la intriga, bien administrada, aunque a veces algo confusa, sobre la identidad de la joven guerrera, y por la relación entre el maestro y una antigua compañera de armas.

Los personajes hacen avanzar la trama en un marco mítico, a cual más sugerente: el Pekín imperial, un inmenso desierto, las verdes montañas de los monjes…, parajes que la mirada de Ang Lee tiñe de ese profundo lirismo oriental, que hace caer a otros realizadores en la tentación de ralentizar el tempo. Lee, en cambio, hace bailar a los personajes en unos combates en los que la violencia queda solapada por una armonía apabullante, con un ritmo digno de la mejor película musical. Y les hace vivir aventuras apasionantemente descabelladas, que para eso (entre otras cosas) está el cine. En definitiva, ha conseguido mezclar la sensibilidad poética oriental con el sentido occidental de la narración. Y funciona. ¿Un Spielberg chino?

Ficha Técnica

  • País: Taiwán (Wo hu cang long, 2000)
  • Fotografía: Peter Pau
  • Música: Tan Dun
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