Transcendence

Transcendence: Robotifobia distópica

El director de fotografía de la última trilogía de Batman se estrena como director con una cosita intrascendente.

Un experimentado director de fotografía de 52 años, ganador del Oscar en 2011 por su trabajo en Origen se estrena en la dirección con la producción ejecutiva de Christopher Nolan, con el que ha trabajado mucho (Memento, Insomnio, El truco final, los tres Batman Oscuros de 2005, 2008 y 2012).

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El guión de la película lo firma el debutante Jack Pa­glen y cuenta la historia de un científico que inves­ti­ga la inteligencia artificial, ayudado por su esposa y un gran amigo. Johnny Depp, Rebecca Hall y Paul Be­ttany. Grupos opositores muestran su rechazo a lo que piensan puede ser un avance aberrante. El peligro sem­piterno de crear máquinas que terminen dominan­do a los seres humanos. Y por medio un gerifalte con ca­ra de «cuidado conmigo que doy calambre». Sí, efectivamente: Morgan Freeman.

La idea no es mala pero Transcendence no funciona o fun­ciona peor de lo que cabría esperar. Buena parte de culpa la tiene la dispersión del protagonismo: el director no ha querido o no ha podido darlo a Rebecca Hall, que era la mejor situada para fortalecer el relato. Su cuota de responsabilidad tiene una acusada e inmo­de­rada presencia del discursete: un cáncer del cine distópico que nos inunda (y nos ofende, la verdad y sin acri­tud, porque parece dirigido a personas con un coe­fi­ciente intelectual de un mandril).

No sería honrado si dejase de escribir que Johnny Depp es un actor insoportable. In flesh and bones, me es­panta; metido dentro de un robot ni les cuento: es co­mo una peritonitis mental. Su personaje condiciona los conflictos de tal modo, que la película, que podría ser más llevadera con otro casting y menos melodrama afec­tivo, se mete en un callejón sin salida y no tiene más remedio que echar abajo el muro para salir y termi­nar.

Por lo demás es correcta y está bien rodada. Padece un mal común. Que el reparto al completo tiene cara de «las cosas que hay que hacer para ganarse las habi­chue­las».