Tres estaciones

La magia oriental se recoge en una arquitectura narrativa occidental

Tres estaciones, de Toni Bui

Tres estaciones: Sensibilidad oriental, narración occidental

EL cine que nos llega de Asia tiene siempre el aliciente de lo desconocido y el problema de la diferente manera de entender el arte de contar. Las imágenes soberbias y la serena introspección tienen el contrapunto de un ritmo capaz de quebrar la paciencia del más sutil espectador europeo. Esta Tres estaciones obra, no obstante, el milagro del mestizaje. La magia oriental se recoge en una arquitectura narrativa occidental. El resultado es un fresco auténtico, más allá de los tópicos, de la vida en el Vietnam, un país al que le debía algo un cine que crea Rambos con la misma «generosidad» que los perritos calientes.

Mucho tiene que ver la formación hollywoodiense del director, Toni Bui. Con la exaltación de los sentidos -prodigiosos colores, gran recreación de los sonidos, del olor, de la vida- que provoca la observación del alma asiática, dispone un maravilloso universo de historias cruzadas. Protagonizan estas personas que buscan algo no muy claro pero fundamental y otras que quieren dárselo, todo en un sutil juego de encuentros y desencuentros.

Las historias se dividen en dos grandes planos. Uno, tradicional y mítico, presenta a una recolectora en un lago de lotos, que poco a poco irá descubriendo al due­ño de la plantación, un misterioso y esquivo maestro. El comportamiento de la protagonista es puro y sereno, nacido de unos sentimientos que lleva a la ciudad, el otro plano, al que viaja para vender los lotos. Saigón aparece aquí con una estética dura: la agobiante falta de espacios de la ciudad oriental, el calor o la lluvia, la pobreza, contrastan con el lujo de los hoteles para extranjeros.

Tres estaciones, de Toni Bui

Pero la dureza no es desesperación. Al contrario: uno de los protagonistas, el conductor del ciclotaxi, por ejemplo, sufre pero no es ningún desgraciado. Comparte sueños con sus compañeros y es capaz de enamorarse de una prostituta, a la que le quiere regalar respeto y autenticidad, una pureza más allá del sexo y el comercio, con el que ella pretende llegar al mundo de los hoteles. Caminan también por la ciudad un vendedor ambulante de unos seis años; un ex marine americano que busca una hija que dejó tras la guerra.Son historias auténticas, contadas con fluidez y sencillez. El realizador sólo se recrea en algunos planos justo lo necesario para marcar los momentos culminantes con la fastuosa serenidad de lo oriental. También en la pluralidad de niveles interpretativos la actitud de Toni Bui es humilde: los símbolos ocupan su lugar con naturalidad, sin pedantería, y no lastran la narración.

Al contrario, el realizador respeta tremendamente a los personajes, porque el destino es sólo suyo. Al final de sus historias -y, aunque no lo sepan aún, también al principio- hay lo mismo, algo tan natural y tan universal como la búsqueda de la felicidad. Un camino arduo que algunas películas allanan un poco.

Ficha Técnica

  • Fotografía: Lisa Rinzler
  • Música: Richard Horowitz 
  • País: EE.UU.
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