Truman

Truman: Duelo de titanes

· Truman fue con diferencia, según la opinión de prácticamente toda la crítica, lo mejor de la Sección Oficial del Festival de San Sebastián.

Hay veces que estás viendo una pe­lícula tan creíble y emocionante que podría durar horas y horas y la his­toria seguiría interesándote. En Tru­man sucede eso; ver a Cá­mara y Da­rín cara a ca­ra es un espectáculo dig­no de ver. Los dos desbordan espontaneidad, emo­ción y humor en me­didas exactas. Casi nada.

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El argumento de Truman es senci­llo; dos amigos de toda la vida que lle­van años sin verse se reencuentran y uno de ellos le dice al otro que le quedan meses de vida. La muer­te vista con sencillez y la amis­tad transmitida en gestos mínimos. Eso es Truman. Ah por cier­to, Truman es el perro del persona­je que se mue­re, que no sabe dónde de­jarle pa­ra que sea feliz.

Durante más de una hora la película encadena diálogos vivos, iróni­cos y entrañables. Todas las notas sue­­nan bien y definen con exactitud a estos dos personajes heridos de soledad y desbordantes de empatía. Hay escenas sublimes como la vi­sita al «veterinario-psicólogo» de Tru­man, una crítica bastante ne­ce­sa­ria a los que tratan a los perros co­mo si fueran personas.

La película funciona a la perfección hasta un último cuarto de hora en el que aparecen las limitaciones de Cesc Gay (En la ciudad, Una pistola en cada mano): una visión muy indivi­dua­lista del ser humano, la sexualización impulsiva y acelerada de las re­laciones, un cinismo vi­tal en parte cri­ticado y en parte defendido como úni­co medio de supervivencia, y al­gún tópico políticamente correcto me­tido con cal­zador.

Aún así la película fue con diferencia lo mejor de la Sección Oficial del Festival de San Sebastián. Esa fue la opinión de prácticamente to­da la crítica y el público que pudo ver­la, con excepción del jurado, que se olvidó de ella en favor de otras pe­lículas que ya nadie recuerda.