Un mundo cuadrado: Cambiar las reglas del juego

Quizá es que una mira lo próximo con afecto y simpatía. Y eso de ver un largometraje de un oriundo de Los Palacios y Villafranca, cofundador del grupo agropop No me pises que llevo chanclas, la predispone, pero yo me lo he pasado muy bien con Un mundo cuadrado.

La historia se sitúa en los años 90 en un pueblo minúsculo del bajo Guadalquivir, próximo a Doñana, donde la gente no quiere ni vivir, ni morir, y que, por no tener, no tiene ni cementerio. Un lugar extraño, donde las noches de luna llena hay toque de queda por miedo a los cazadores furtivos. Pero este ecosistema, físicamente cuadrado como un cubo de Rubik, y cuadrado también por la mentalidad de sus habitantes y por los abusos de los guardas, se va a acabar. El detonante es la tragedia, la muerte de un joven, integrante de una banda de rock. La banda se erige en defensora del terruño y hace del consejo del abuelo de uno de ellos -si cada uno se ocupara de limpiar su cuadrado todo iría mejor- su eslogan y su logotipo.

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Es verdad que no se sabe qué pesa más, si la comedia o la tragedia, y que abunda en el topicazo andaluz de caciquismo, la incultura y los malos tratos de macho ibérico, pero el halo de realismo mágico que envuelve esas marismas del sur, un arranque genial, el viaje de madurez de sus protagonistas y determinados personajes como Antoñito, el hermano borderline del protagonista, o el abuelo y su secreto, hacen de Un mundo cuadrado una apuesta andaluza interesante y original.

▲ Un arranque genial.

▼ Falta definición en el tono.

Ficha Técnica

  • Fotografía: Nicolás Pinzón
  • Montaje: José M. G. Moyano
  • Música: Manuel Ruiz del Corral
  • Duración: 90 min.
  • Público adecuado: +16 años (X-)
  • Distribuidora: La Zanfoña
  • España, 2011
  • Estreno: 19.10.2012
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