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Un toque de canela

Una propuesta interesante y refrescante, in­dicativa del buen cine que parece estar realizándose últimamente al otro lado del Me­di­terráneo

Un toque de canela (Tassos Boulmetis, 2003)

Un toque de canela: Querrán repetir

Ante todo, Un toque de canela es una declaración de amor a la vida y al género humano; un bálsamo contra la crispación, y una sutil invitación a dejarse arrastrar de cuando en cuando por los sueños pendientes. Existen películas pensadas para conmover: no es éste el caso. Un toque de canela es una apuesta inicialmente personal que consigue penetrar en el corazón de los espectadores por el más resbaladizo de los caminos: la sinceridad. A través de una historia de partidas y añoranzas, Tassos Boul­metis realiza un retrato costumbrista y autobiográfico de la comunidad griega emigrada a Turquía, a poco de su expulsión de aquel país por motivos políticos durante los años sesenta.

El director se sirve de la familia y la comida como elementos centrales de una narración hilada por medio de los recuerdos de Fa­nis (George Corraface), un astrónomo afin­cado en Atenas al que la inesperada visita de su abuelo (Tassos Bandis) pondrá sobre la pista de su propia identidad, acaso olvidada (pero nunca perdida) durante una infancia caracterizada por el desarraigo y la nos­talgia.

Sorprende en este filme la sólida construcción de los personajes. Por lo general, cuesta encontrar en las pantallas secundarios tan con­­sistentes como los que dan vida a la familia que protagoniza esta historia. No en vano, muchas escenas desprenden cierto aire coral, que tan sólo la enorme presencia de Co­rra­fa­ce logra diluir. Este actor francés de 51 años (La pasión turca, Reflejos) es uno de esos raros casos en los que el carisma se da la mano con una dignidad interpretativa a prue­­ba de bombas. Dos profesionales poco exportados, Ieroklis Michaelidis y Renia Lou­izidou, logran una notable complicidad en la pantalla que se une a la pasmosa habilidad para saltar de la comedia al drama en algunas de las más entrañables escenas.


La dirección usa con inteligencia los exteriores -aderezados con un buen par de efectos digitales- y aún mejor los interiores: es ésta ciertamente una película de olores y sabores, y el tratamiento de ciertos espacios -la cocina, la tienda de comestibles- consigue hacer palpables (y degustables) muchas de las escenas en las que la comida y el ritual de su preparación asumen por entero el papel protagonista. Cierta dosis de realismo mágico -recurrente, por cierto, en muchas de las producciones europeas que nos visitan recientemente- se aúna con el colorido de las especialidades culinarias que desfilan por la pantalla durante todo la película. El resultado consigue desmoronar defensas y atraer las miradas, y no estaría de más aconsejar a los espectadores más golosos que vayan a ver esta película bien merendados o cenados, si es que no quieren incorporar a la correcta banda sonora todo su repertorio de lamentos gástricos.

Una propuesta interesante y refrescante, in­dicativa del buen cine que parece estar realizándose últimamente al otro lado del Me­di­terráneo. Mágica, honesta y esperanzadora: las buenas personas existen, y Un toque de ca­nela es -por encima de cualquier otra co­sa- una película repleta de buenas personas.

Ficha Técnica

  • Fotografía: Takis Zervoulakos
  • Montaje: Y. Mavropsaridis
  • Música: Evanthia Reboutsika
  • País: Grecia/Turquía
  • Año: 2003
  • Distribuidora: DeAPlaneta
  • Estreno en España: 10.11.2004

Un toque de canela (Politiki kouzina)

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