Una familia de Tokio: Qué grande es el cine… japonés
Una familia de Tokio. En 1953, el legendario realizador japonés Yasujirô Ozu presentaba al mundo su maravillosa historia Cuentos de Tokio. En ese momento Ozu tenía 49 años y llevaba en su mochila 45 películas. Meticuloso y perfeccionista, durante todos esos años había depurado su estilo hasta la saciedad y Tôkyô monogatari fue acogida como una obra maestra excepcional. Es su película más conocida, aunque su filmografía es mucho más rica de lo que cabe imaginarse, como sucede con las dos cintas anteriores a ésta tituladas Banshun (1949) y Bakushu (1951), que junto con la que nos ocupa conforman la llamada trilogía Noriko. Cuentos de Tokio ha brillado siempre sobre las demás y está considerada como la mejor película de la historia del cine en opinión de los mejores directores y la tercera en opinión de los críticos, según las votaciones que realiza cada 10 años el British Film Institute y que publica la revista Sight & Sound.
Sesenta años después, el gran realizador Yôji Yamada (82 años) hace un homenaje a Ozu, el que fuera su mentor en los míticos estudios Shochiku en Ofuna, cuando Yamada daba sus primeros pasos en el mundo del celuloide. Yamada lleva una carrera cinematográfica tan excepcional como su antecesor, con una filmografía de 79 películas y títulos muy loados, como El pañuelo amarillo de la felicidad (1977), El ocaso del samurái (2002) o Kabei: nuestra madre (2008) entre tantas otras.
La vida es viaje
Una familia de Tokio es una historia aparentemente sencilla construida en torno a un viaje. Un viaje que realiza una pareja de ancianos desde su pueblo a Tokio, para visitar a sus tres hijos. Pero la historia es mucho más que un viaje puramente físico. La película nos posiciona de un modo conmovedor e imponente ante un viaje metafórico que se realiza a muchos niveles narrativos.
En primer lugar, el anciano matrimonio viaja desde un pueblo -que representa la cultura ancestral y tradicional japonesa- a la ciudad, donde se cristaliza la vida moderna, plasmada como un lugar inhóspito que envilece a la gente. De fondo está presente esta crítica a la ciudad moderna y a los peligros de la deshumanización.
Pero lo más impresionante es el viaje que el espectador realiza al interior del alma humana, buceando en las conmovedoras figuras de los dos ancianos. Dos personas muy especiales, serenas, felices, agradecidas, sencillas, en contraposición a lo que se percibe alrededor. El viaje de la vida les ha dado una sabiduría que derrochan a manos llenas de un modo inconsciente.
La figura de la madre se alza como el centro y la alegría del hogar, el sustento de todo. La película es un bellísimo canto a la maternidad, con todo lo que conlleva de dulzura, paciencia, comprensión y humildad. La historia también habla de otras cosas hermosas como es el amor de los esposos, la fidelidad y el buen corazón y la honestidad, que con frecuencia se encuentra donde menos esperas.
Y, de fondo, late de modo omnipresente el viaje fundamental que es el de la vida hacia la muerte. Desde el principio de la película, la muerte es una cuestión que los ancianos afrontan de un modo connatural en sus conversaciones. Y durante todo el metraje queda reflejada la delicadeza y veneración del trato de éstos para con los fallecidos y sus familiares.
Remake parece, remake no es
Esta pequeña historia del homenaje de Yamada es la misma historia que se narra en Cuentos de Tokio (1953). Las dos tienen similar grandeza cinematográfica y antropológica. Solo pequeños detalles de matiz las diferencian. Y precisamente en las diferencias encontramos lo espléndido peculiar de los dos directores. Y es que Yamada ha sabido modernizar la obra de Ozu, siendo totalmente fiel a su espíritu original. Estoy segura de que Ozu hubiera disfrutado mucho viendo esta cinta.
Yamada pone en color una historia en blanco y negro, también en sentido simbólico. Y es que en la versión actual, los mismos conflictos se manifiestan de un modo algo más vivo. Y los personajes son menos impenetrables, como posiblemente suceda en el Japón actual, siempre dentro de la idiosincrasia japonesa característica. Los móviles y los GPS tienen aquí su pequeña intervención, con cierto toque de humor tierno; y el director se permite licencias personales como la alusión a El tercer hombre, de Orson Welles, con un comentario que refuerza el fondo del alma de la película.
Las dos películas tienen un metraje más largo del habitual, que se aguanta sin pestañear. Ambas necesitan ese tiempo a ese ritmo. Yamada es fiel a la planificación clásica de Ozu, caracterizada por planos fijos, muchas veces a nivel de la mirada de alguien sentado en el tatami. Pocos travellings y panorámicas. Y una excelente fotografía, muy cuidada, mimada al milímetro. Sin palabras.
Finalmente cabe citar una diferencia de matiz de estos dos genios, que se percibe en el planteamiento de la música. Ozu hace mayor uso de ella, siempre dentro de la contención, posiblemente para complementar la impenetrabilidad de los sentimientos de sus personajes. Yamada, sin embargo, apenas la usa. Solo en tres o cuatro momentos. No le hace falta, pues como hemos dicho antes sus interpretaciones son más vivas y los sentimientos quedan más patentes.
Una familia de Tokio se exhibió en una Gala Especial de la 63 edición del Festival de Cine de Berlín.
La remasterización digital de Cuentos de Tokio se presentó también allí. A Contracorriente ha editado esa versión en un atractivo DVD con dos discos, que incluye el documental Tokio-GA que Wim Wenders estrenó en 1985.
Ficha Técnica
- Dirección: Yôji Yamada,
- Guion: Yôji Yamada, Emiko Hiramatsu,
- Intérpretes: Yui Natsukawa, Yû Aoi, Isao Hashizume, Satoshi Tsumabuki, Kazuko Yoshiyuki, Masahiko Nishimura, Tomoko Nakajima, Shozo Hayashiya,
- Fotografía: Masashi Chikamori
- Montaje: Iwao Ishii
- Música: Joe Hisaishi
- Duración: 146 m.
- Distribuidora: A Contracorriente
- Público adecuado: +12 años
- Estreno en España: 22.11.2013
Japón (Tôkyô Kazoku), 2013.