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Van Gogh: a las puertas de la eternidad

Excelente película de Schnabel sobre la pintura del último Van Gogh, encarnado por un poderoso Dafoe, conmovedor y creíble

Van Gogh, a las puertas de la eternidad (2018)

Van Gogh: a las puertas de la eternidad: «Yo busco, yo persigo, y lo hago con todo mi corazón»

· Van Gogh: a las puertas de la eternidad. Esta es una película paseada, se nota muchísimo: tanto, que si no corres con ella, no asoman las estrellas. Schnabel (pintor antes que cineasta) contempla la obra de Van Gogh y cada cuadro le interpela, le hace preguntarse por el misterio del arte y los artistas.

Van Gogh: a las puertas de la eternidad. Entre los momentos de belleza incandescente de esta película hay uno que se me ha clavado en el alma. Vincent llega aterido de frío a la habitación de una pensión. Se quita las botas, que quedan junto a la cama. No hay calefacción y el pintor coloca apoyado en el costado de la cama y sobre el suelo, un pequeño cuadro, una marina con el sol caldeando las olas. Se sienta enfrente del cuadro y acerca las manos como queriendo calentarse. A continuación, como si se le hubiera encendido un fuego dentro, Van Gogh con una velocidad vertiginosa dibuja primero y pinta después esas botas con las ha recorrido tantos campos.

La película de Schnabel es una suerte de declaración de amor por la caminata, por la pintura como un ir en busca de sentido, por el trabajo que nos libra de nosotros mismos.


Los caminos que el pintor y cineasta Julian Schnabel (Nueva York, 1951) recorre y retrata en su película son los de un hombre a las puertas de la eternidad, los de una criatura que se encuentra con Dios en los campos sembrados o en barbechos, en los bosques y los olivares, en las llanadas y en los montes que las dominan. Un pintor-sembrador que trabaja de manera vertiginosa y urgente (80 cuadros pintados en sus 70 últimos días de vida) devorado por el afán de capturar con pintura del gesto las cosas que brillan y sus reverberaciones. All Things shining viene diciendo audiovisualmente Malick desde hace casi 50 años.

Cada vez repito más que no es mi­sión mía (o al menos renuevo el de­seo de no asumirla) recomendar na­da. Me siento más cómodo, más sin­cero, más honrado, contando a quien le interese los motivos -a ser po­sible de manera sustantiva- por los que algo o alguien me interesa, me apasiona, me hace perder pie, me transforma en alguien un poco me­jor o un tanto más sabio de lo que era antes de conocerlo, escucharlo y/o contemplarlo.

Me emociona la película de Schna­bel, me conmueve la verdad, la bondad y la belleza que quiere celebrar con la ayuda de la fotografía lle­na de sabiduría de un andariego y agi­tado Benoît Delhomme, y la mú­sica quebrada y recurrente con un punto obsesivo-compulsivo del pia­no de Tatiana Lisovkaia.

Van Gogh, a las puertas de la eternidad (2018)

Schnabel incomoda audiovisualmente al espectador (la cámara en ma­no, los desenfoques parciales del plano dispuesto como un lienzo vivo que se lleva a la espalda) pa­ra transmitirle la agitación de un hombre enfermo, comido por el afán de llenarse de tierra, de agua, de aire, de luz, de gente. El montaje de Louise Kugelberg es inteligente, porque nos da esos borbotones, los arranques de un hombre que ha ido fracasando en casi todo lo que se propone y prefiere vivir al día con la ayu­da de un hermano que le quiere y le sabe un gran pintor. Las aportaciones de Jean-Claude Carrière son más acertadas que las que hizo a esa pe­lícula fallida de Trueba, El artista y la modelo, que planteaba tanta co­sa interesante pero mal resuelta por no respetar la historia del arte.

Esta es una película paseada, se no­ta muchísimo: tanto, que si no co­rres con ella, no asoman las estre­llas. Schnabel (pintor antes que ci­neasta) contempla la obra de Van Gogh y cada cuadro le interpela, le ha­ce preguntarse por el misterio del ar­te y los artistas. No quiere Schna­bel contar la vida de Van Gogh, ni tan siquiera sus últimos días. Los cua­dros que Vincent pinta a toda pri­sa son los protagonistas de un re­lato cautivador, que entra en resonan­cia con la locuacidad arrebatada del Vincent de las Cartas a Theo, sal­picadas de cientos de opiniones so­bre los pintores y los cuadros que le atraen entre los que sobresalen Mi­llet y Delacroix.

Willem Dafoe y Oscar Isaac en Van Gogh, a las puertas de la eternidad

El cuarto largometraje de Schnabel (Basquiat, Antes que anochezca y La escafandra y la mariposa) llega po­co antes de que el neoyorquino cum­pla 70 años. Hay fervor conteni­do y pudoroso, pero fervor en su poé­tica. Acierta en la elección y di­rec­ción de actores, con un Willem Da­foe magnífico que sabe duplicar los 37 años de Vincent que murió jo­ven de vivir viejo. Las pequeñas apa­ri­ciones de grandes actores franceses ayu­dan a dar solidez al conjunto. El vestuario de Karen Muller Serreau y el diseño de producción de Sté­pha­ne Cressend ayudan mucho a aso­marse a la vida cotidiana de un sem­brador incansable que llena su pe­queña habitación de cuadros y li­to­grafías, propias y ajenas, por­que ha­ce frío y es de noche en un mundo her­moso pero terrible, co­mo esos cielos apasionadamente tormentosos.

«Lo hago con todo mi corazón…»

«Mauve me echa en cara el haber di­cho ‘yo soy un artista’, pero no me echo atrás, porque resulta claro que esta palabra lleva implícita la sig­nificación de buscar siempre sin en­contrar jamás la perfección. Se con­trapone a la afirmación de: ‘ya lo sé, ya lo he encontrado’. Esa frase sig­nifica por lo tanto que yo sepa: ‘yo busco, yo persigo, y lo hago con to­do mi corazón». Unas palabras que Vin­cent escribe a Theo en abril de 1882 desde La Haya, respondiendo a los reproches de su primo Anton Mau­ve, acuarelista.

La película de Schnabel busca y per­sigue con corazón. Yo se lo agradezco. Hace falta mucho corazón y bas­tante cabeza, amén de amor por la verdad, para colocar el cuadro El buen samaritano en un momento cla­ve de la película, recién muerto el pin­tor. Van Gogh lo pinta copiando un grabado de Delacroix tras abandonar el que sería su último ingreso por un año en el psiquiátrico instalado en el antiguo monasterio de Saint-Paul-de-Mausole, de Saint-Rémy-de-Provence (que aún funciona y donde se han rodado esas escenas de la película. Pablo y Vincent, hermosa conexión…).

Willem Dafoe en Van Gogh, a las puertas de la eternidad

Vincent comunica por carta a Theo el 3 de mayo de 1890 que ya lo ha pintado, ocho meses después de haberle dicho que quería hacerlo, muy probablemente por el intenso sen­tido autobiográfico de la escena que pinta y por el reconocimiento lle­no de agradecimiento al cariño cons­tante de Theo por su hermano ma­yor. El gesto de desprecio de una po­sible compradora del cuadro, en una siniestra exposición-almoneda que te encoge el alma, es un po­tentí­si­mo revés de Schnabel a la posmodernidad que se cree con de­re­cho a pa­tear la verdad, o lo que es peor, a cambiarla mintiendo sin re­paro. Yo se lo agradezco.

Exiit qui seminat… Qui habes aures auriendi, audiat… Semen est ver­bum Dei. La paciencia y el fruto sa­zonado. Dios te bendiga, Vincent (y a ti también, Julian, con tu pijama para soñar despierto).

Ficha Técnica

  • Fotografía: Benoît Delhomme
  • Montaje: Louise Kugelberg, Julian Schnabel
  • Música: Tatiana Lisovkaia
  • Diseño producción: Stéphane Cressend
  • Vestuario: Karen Muller Serreau
  • 110 min. +16 años
  • Suiza, Irlanda, Reino Unido, Francia, EE.UU. (At Eternity’s Gate), 2018
  • Distribuidora: Diamond
  • Estreno en España: 1.3.2019
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