Viento de tierra

Viento de tierra: Un trozo de Nápoles

Enzo es un chico de 18 años que vive en un barrio periférico de Nápoles. Tras la muerte de su padre decide ponerse a trabajar para ayudar a su familia. Pe­ro no lo tiene nada fácil y se enfrenta a numerosas dificultades antes de conseguir el objetivo que persigue.

Vincenzo Marra es un director de 33 años con poca experiencia: dos documentales y un largometraje previo, Tornando a casa, de 2001. Pero trabaja bien. Con un cine continuador del neorrealismo italiano, cuenta historias dramáticas, reales como la vida, que esquivan el melodrama y se abren a la esperanza. Esta película ha sido premiada en Venecia 2004 (sección Orizzonti) y recibió el Premio a la Mejor Película en el Festival de Gijón 2004.

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A pesar del aire documental, sus dos largometrajes son ficción que quiere estar cerca de la realidad. Marra hace películas con la gente y no sobre la gente. Y lo consigue gracias a una magnífica interpretación de actores no profesionales.

Viento de tierra elige una de las mil historias posibles del barrio de Secondigliano. Una historia ágil, con pocos diálogos. Abun­dan las soledades compartidas, las palabras que quiebran el silencio, las miradas significativas.

Y en esta comunicación de emociones contenidas, juega un papel fundamental el sonido: dice lo que no hacen las palabras (en un par de secuencias no se escucha ningún diálogo). Habitualmente hay ruidos: la calle, motos, etc. Cuando aparece la música lo hace con toda su fuerza, como cuando Enzo y su padre van en la moto, cada uno ensimismado, con las miradas en puntos diferentes.

El montaje repite algunos planos para que el espectador fije más su atención en lo cotidiano de la vida del personaje: los viajes en moto, las clases en la academia militar, las salidas de casa mientras la madre cose…