Vuelvo a casa

La vida imita al arte: y Oli­vei­ra despliega esta tesis en tres actos a cada cual más apa­sionante

Vuelvo a casa, de Manoel de Oliveira

Vuelvo a casa: Irresistible cine de resistencia

Tiene 92 años. Va a película por año (lleva 33) y este mes empieza a rodar la siguiente, que irá sobre el principio de incertidumbre. Dice D. Manoel que hace cine de resistencia, que no le da la gana plegarse a tanto sexo y violencia gratuita, que le aburre quedarse en la superficie, que es muy necesario hablar de ética, porque sin ella viene el caos.

En Vuelvo a casa, un veterano y prestigioso actor se enfrenta al dolor y a la pérdida con las armas que mejor conoce, las del arte dra­má­tico, que no sólo emplea en los escenarios, sino también en las aceras, las zapaterías y los bares.

Hay en esta película rodada en París un dis­curso, una partida de ajedrez, un estado de cuentas, una reivindicación de la dignidad. Es tantas cosas esta bellísima película que un es­pectador poco reflexivo podría pensar que es pesimista, cuando en realidad es una declaración apasionada de amor por la vida, un ma­pa ético para poder seguir buscando la ruta homérica para regresar a Ítaca, en un mundo aturdido por las explosiones.

Oliveira ama París, ama el teatro, ama a los buenos actores (por eso le regala a John Malkovich dos secuencias que serían la envidia de cualquiera que quiera pasar a las enciclopedias), ama lo trascendente, ama la cultura, ama su trabajo. Pocas veces en el cine se ha afrontado con más valentía la tesis de Os­car Wilde (la vida imita al arte), que Oli­vei­ra despliega en tres actos a cada cual más apa­sionante: El rey se muere de Ionesco, La tempestad de Shakespeare y Ulises de Joyce. Los que tengan mirada cinematográfica no dejarán de sorprenderse del dinamismo estético de este anciano sabio que rueda con soltura infinita situaciones como la de los au­tógrafos delante de la librería, en la que nos hurta el sonido; o esos poderosísimos diálogos teatrales escuchados desde el pasillo. Hay humor fino e irónico en la entrevista sobre una futura serie de televisión, que permite a Oliveira desahogarse con estilo frente a tanta simpleza.

Lo que le va ocurriendo a Michel Piccoli (portentosa actuación) es cotidiano, cotidianamente reiterativo, nunca aburrido. Y Oli­veira lo cuenta con inteligencia narrativa (el paseo en taxi es otra muestra), con delicadeza pausada y rutinaria, con un sentido moral tan sugerente que hace que las imágenes te acaricien hasta dibujarte una sonrisa de esperanza y amor por la vida, que te dura varios días y te deja unas ganas tremendas de volver a ver a Piccoli, de espaldas, cercanamente íntimo, en su sollitudine, mirando en la penumbra la foto familiar saqueada por la muerte, antes de abrir las cortinas de su cuarto para vivir un nuevo día.

Ficha Técnica

  • Fotografía: Sabine Lancelin 
  • Montaje: Valérie Loiseleux
  • MúsicaHenri Maikof
  • País: Francia-Portugal 
  • Año: 2001
  • Duración: 90 minutos

 

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Reseña
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Profesor universitario de Narrativa Audiovisual, Historia del Cine y Apreciar la belleza. Escritor
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