Wilbur se quiere suicidar: Perdidos en Glasgow

Cuarto largometraje de la directora danesa de 45 años, muy valorada después de la sorprendente y magnífica Italiano para principiantes. Ambas películas sondean, con sensibilidad y un humor muy nórdico, la soledad y las ansias de felicidad de personajes urbanos y magullados que quieren mantener el equilibrio en un mundo que va demasiado deprisa.

Ambientada en Glasgow, Wilbur se quiere suicidar es la his­toria de dos hermanos que afrontan de ma­nera diversa el futuro. Wilbur se quiere suicidar, y Harbour -un apático librero- acude una vez más en su ayuda, mientras entra en escena una madre soltera.

Scherfig, usando el decálogo Dogma o prescindiendo de él, tiene un talento indiscutible para contar historias corales protagonizadas por personajes traumados, matizando el humor negro con una ternura soterrada muy lograda. Su sentido del tempo cinematográfico es prodigioso, y llaman la atención la sutileza del guión, la inteligente dirección de actores y el vigoroso sentido del humor de situaciones cómicas de mucho mérito (las  terapias de grupo, o la relación de Wilbur con la médico, son piezas cómicas de altísimo nivel).

Es una pena que en su empeño por impulsar y cerrar su historia, transcurrida la primera y muy brillante hora de metraje, Scherfig se ponga el traje de camuflaje y trampee de lo lindo, manipulando a los personajes -y al espectador incauto- con una lectura bastante penosilla, por frívola, del lema agustiniano “ama y haz lo que quieras”. Quizá sea el precio pagado por centrar la historia en el trío protagonista, relegando otras peripecias prometedoras como la del estólido médico, muy bien interpretado por Mads Mikkelsen. Ha­brá que seguir a Scherfig, que en la rueda de prensa madrileña demostró ser una persona inteligente, inquieta y afable.

Por el momento queda lejos de Kaurismäki, el gran maestro finés.

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Reseña
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Profesor universitario de Narrativa Audiovisual, Historia del Cine y Apreciar la belleza. Escritor