Algo en que creer: Tinieblas danesas

Johannes (Lars Mikkelsen) es un ferviente ministro de la Iglesia de Dinamarca que proviene de una lar­ga familia de pastores protestan­tes. Su carácter y las complejas relaciones con su familia y la comunidad provocan constantes conflictos en los que su fe será puesta a prueba.

El cine nórdico siempre se ha caracterizado por utilizar el séptimo ar­te para intentar explicar mejor el sen­tido del hombre y sus relaciones con Dios. Los dos grandes maestros de esta escuela fueron el sueco Ing­mar Bergman (El séptimo sello, Los comulgantes) y el danés Carl Theo­dor Dreyer (Ordet, Gertrud). En­tre sus seguidores actuales se encuentran cineastas de repercusión internacional como Susanne Bier (Des­pués de la boda, En un mundo me­jor) o Lars Von Trier (Rompiendo las olas, Melancolía).

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El creador de Algo en que creer es Adam Price, responsable de una de las mejores series europeas del si­glo XXI: la ficción política danesa Borgen. Las 3 temporadas y sus 30 capítulos fueron emitidos entre los años 2010 y 2013 logrando un in­con­testable éxito internacional. A pe­sar de coincidir en el tiempo con una serie tan promocionada -y, en mi opinión, sobrevalorada-, como Hou­se of Cards, el prestigio de esta pro­ducción danesa no ha hecho más que crecer con el paso del tiempo, aumen­tando su eco a través de las nuevas plataformas y los canales de pa­go.

Lejos de Borgen

Adam Price tiene la intención des­de el principio de hacer una serie hi­ja de su tiempo, con los conflictos e incertidumbres del momento ac­tual. Sabiendo que trata asuntos muy sensibles, ha procurado que la pro­ducción mantenga los elevados ín­dices de calidad de Borgen en interpretación, guion, personalidad vi­sual y acierto en la banda sonora. En muchos casos lo ha conseguido: so­lo hace falta ver los créditos iniciales para comprobar que es una se­rie que aspira muy alto. Además de Lars Mikkelsen, destaca el traba­jo interpretativo de los actores que encarnan a sus hijos (Morten Hee Andersen y Simon Sears). A pesar de su corta experiencia en cine y televisión, demuestran una gran madurez artística que en muchas escenas ma­quilla las carencias del guion en el desarrollo de sus personajes.

La serie tropieza con la misma pie­dra que otras ficciones mediocres y efectistas. Con el paso de los capítulos queda patente que los guio­nistas tie­nen muy claro que el iti­nerario de los personajes debe ser trau­mático y sorprendente, aunque en muchas ocasiones sea ilógico o inex­plicable. Los cambios de registro y los conflictos religiosos derivan en comportamientos más paranoicos que sobrenaturales que hacen im­posible comprender el desarrollo de la historia. El único motor que pa­rece mover a los personajes es un sen­timentalismo enfermizo asociado a una espiritualidad carente de tras­cendencia y dominada por una se­xualidad omnívora. El reparto es tan extraordinario que consigue apor­tar matices de humanidad en fi­guras esculpidas con evidente tosquedad, pero el desarrollo de la trama y los personajes es epidérmico y caprichoso, demasiado pendiente de acumular «volantazos» dignos de un folletín.

Algo en que creer (2018)
Algo en que creer (2018)

Acumular sin explicar

En las dos temporadas de Algo en que creer sería difícil sumar algún in­grediente controvertido y actual que no aparezca en la serie. Terroris­mo islámico, alcoholismo, drogadicción, ideología de género, aborto, trau­mas infantiles, eutanasia, infi­de­lidad… Eso no sería un lastre de­finitivo si la resolución de los con­flictos no fuese tan superficial e insatisfactoria. Desde el riguroso gran patriarca que apenas siembra cruel­dad e incertidumbre en su comunidad y en su propia familia, al idea­lista y extravagante joven pastor que siempre sorprende con sus de­cisiones, ningún personaje aporta al­go de luz en un paisaje tenebroso. Es evidente que los guionistas lo saben e incluyen válvulas de oxígeno que van desde la filosofía budista a vi­siones y milagros más cercanos a la ciencia-ficción o al thriller psicológico que a la religión cristiana.

Es difícil hacer una serie como és­ta, pero es mucho más difícil cuando tam­poco hay una idea concreta de quién es el hombre y quién es Dios. Y aquí solo queda claro que el Creador no responde y cuando lo hace es indescifrable, y que las criaturas son seres perdidos que van dando vai­venes temperamentales y que ne­cesitan «algo en que creer», con in­dependencia de la verdad de estas creen­cias. Se echa mucho de menos un personaje que tenga más certezas que dudas, que no siempre acuda a lo políticamente correcto o a la res­puesta sentimental como único ma­nual de instrucciones, que trate con naturalidad con las realidades so­brenaturales. La subjetividad se tra­duce entonces en un idioma que no hay que intentar entender porque cada uno habla una lengua propia, perfectamente incomprensible pa­ra el resto de los mortales. Esta in­comunicación se transmite en la se­rie y, al menos en mi caso, me alejan de unos personajes que en sus co­mienzos parecían cercanos, profundos y sinceros.

En el cine de los últimos años hay retratos religiosos magistrales en esa dirección: De dioses y hombres, Disparando a perros, El árbol de la vida, La Pasión, Maktub, Hasta el último hombre, Un Dios prohibido, Converso… La televisión, que en otros géneros se ha equiparado a la gran pantalla, todavía no ha llegado a esos niveles.

Ficha Técnica

  • País: Dinamarca (Herrens veje), 2017
  • Dirección: Adam Price, Kaspar Munk, Søren Balle, May el-Toukhy, Louise Friedberg
  • Música: Kristian Leth, Fridolin T.S. Nordso
  • Producción: Danmarks Radio
  • Duración: 2 temporadas (10 episodios de 60 minutos)
  • Emisión en España: Movistar+
  • Público adecuado: +18 años (VXD)
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