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Big Little Lies

Historia de cuatro mujeres que presumen de modernas, independientes, feministas y competentes profesionalmente

Big Little Lies

Big Little Lies: Frivolidad estilizada

· Y es que por mucho que se disfrace de moderna, crea­tiva y adulta, la historia de Big Little Lies es tramposa e imposible.

Aunque David O. Kelley estudió Derecho y empezó tra­bajando como abogado, hoy es uno de los guionistas y productores norteamericanos más prolíficos desde que en 1989 presentase la serie cómica generacional Un médico precoz. Desde entonces ha sido uno de los im­pulsores del género jurídico en televisión con series pro­tagonizadas por juristas y acusados extravagantes: La ley de los Ángeles, Chicago Hope, Ally McBeal, El abo­ga­do, Boston Legal

Big Little Lies cuenta la historia de cuatro mujeres que presumen de modernas, independientes, feministas y competentes profesionalmente. Tres de ellas tienen ca­sas impresionantes con vistas al mar, uno o dos hijos, al­guna que otra mascota, armarios repletos y divorcios a cuestas. El argumento se centra en un misterioso asesi­na­to que irá desvelando los conflictos entre ellas: muje­res con carácter extremo, devoradoras de hombres, y mu­jeres obsesas de sexo enfermizo, impulsivo y cuanto más salvaje mejor.

El reparto de esta serie demuestra una vez más que la televisión ha dejado de ser definitivamente la cara B del cine. Kidman, Witherspoon, Woodley y Dern com­po­nen un cuarteto impresionante que hace que la serie en algunos momentos brille como una de las gran­des. El ta­lento de las actrices es incuestionable, y el director ca­nadiense de 53 años francés Jean-Marc Va­llée (Café Flo­re, Dallas Buyers Club, Alma salvaje) da a la serie un tono de «cine de arte y ensayo» (montaje y música es­tilosas, vo­ces en off con unas mezclas muy cui­dadas, pla­nos metafóricos) que ha fascinado a una par­te impor­tan­te de la crí­tica de televisión. No me incluyo en ese grupo.

Big Little Lies (2017), de David O. Kelley

Y es que por mucho que se disfrace de moderna, crea­tiva y adulta, la historia es tramposa e imposible. O. Kelley siempre ha mostrado fascinación por mujeres muy expresivas al límite de la cordura, y aquí se ha des­pachado a gusto. Empezando por Kidman, que vuel­ve a ha­cer de mujer objeto de deseo con un marido mal­tra­ta­dor al que ella mira como un Grey reeducable, acce­diendo a una especie de pacto sexual destructivo y des­quiciante. Woodley (Los descendientes, Divergente) es el personaje más humano y dulce, pero también in­consistente. Su excesiva afición por las armas y la educación de su hijo de 6 años es inverosímil (se incluyen al­gunos diálogos de educación sexual sencillamente en­fermizos). Por no hablar de la hija adolescente de Wi­therspoon, que está muy concienciada socialmente y por ese motivo vende su virginidad para dar todo ese di­nero a Amnistía Internacional.

Como en otras series, el naturalismo desgarrado termina acusando el didactismo pedante del sermón posmoderno que levanta acta de un mundo envilecido en que parece que el bien, la verdad y la belleza se han su­perado para dejar que ocupen su lugar unos remedos extravagantes, con conductas que parecen la versión so­fis­ti­cada y cool de culebrones de medio pelo como Re­venge y Scandal. A pesar de los esfuerzos estéticos de Vallée y O. Kelley, a fin de cuentas no hay tanta di­ferencia. En esas series los creadores no ocultan la tram­pa y el car­tón, ni pretenden nada más que entretener aun a cos­ta de perder la verosimilitud. Pero al menos no dan lec­ciones de vida, ni banalizan asuntos por des­gracia muy actuales como las patologías sexuales, en las que la alteridad desaparece para dejar al yo más abo­minable co­mo una especie de tirano irrefrenable. Es esa banalidad presente en películas recientes como Elle, Que Dios nos perdone, 50 sombras de Grey o Brava.

Los planos de orillas paradisíacas con huellas en la are­na y olas rompiendo en acantilados no hacen de Big Li­ttle Lies algo poético y profundo. Tampoco basta tener cuatro grandes actrices en constante giro dramático. Ha­cen falta hondura, coherencia y mucha honradez, que apa­recen muy pocas veces en esta efectista serie que ter­mina con una secuencia final vacua, melosa y son­ro­jante: un bonito anuncio de colonia carísima que no con­sigue aromatizar la miserable y egocéntrica frivolidad desarrollada en siete capítulos.

Ficha Técnica

  • País: EE.UU. (2017)
  • Dirección: Jean-Marc Vallée, Andrea Arnold
  • Fotografía: Yves Bélanger, Jim Frohna
  • Música: Susan Jacobs
  • Duración: 1 temporada (7 capítulos de 50-60 minutos)
  • Emisión en España: HBO España
  • Público adecuado: +18 años (V+X+D+)
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