Black Mirror

Un discurso vi­sual original, impactante y radical, con un guión llamativo, entretenido y visceral, que retrata las miserias más evidentes de la era tecnológica

Black Mirror, de Charlie Brooker

Black Mirror: Un futuro infeliz

“Si la tecnología es una droga -y se siente como una dro­ga- en­tonces, ¿cuáles son los efectos secundarios? Es­ta área -entre el placer y el malestar- es donde Black Mi­rror, mi nueva serie, está establecida. El “espejo ne­gro” del título es lo que usted encontrará en cada mu­ro, en cada escritorio, en la palma de cada mano: la pan­talla fría y brillante de un televisor, un monitor, un teléfono inteligente”. De esta manera tan sugerente ex­plica Black Mirror su creador, Charlie Brooker, un ac­tor, guionista y director humorístico, ingenioso y sar­cástico que se ha hecho famoso en Inglaterra con shows televisivos como 10 O’Clock Live, Screenwipe o Có­mo la televisión arruinó nuestra vida.

En cada capítulo de esta serie de ciencia-ficción tragicómica se cierra por completo cada una de las histo­rias que tiene un nexo de unión: la decisiva influencia de las nuevas tecnologías en la infelicidad humana. Pa­ra entender mejor el telón de fondo de esta serie, vol­vamos a escuchar a Charlie Brooker en uno de sus más famosos sketchs iniciado en una discoteca. “¡Oh, qué grande es la vida! Solo echadle un vistazo a este si­tio. El barman es un pedazo de tío bueno. Estas dos chi­cas son increíbles. Éste tiene un peinado que es co­mo si se lo hubiera descargado de Marte. Y tú, amigo, for­mas parte de esto. Porque tú estás viviendo el sue­ño… Ja-ja-je-je-ji-ji-ju-ju”.

Seguimos escuchando estas falsas carcajadas pero es­ta vez desde fuera de la pantalla de un televisor tira­do en medio de un basurero. El propio Charlie Brooker mira esas imágenes mientras se intenta calentar las manos con una hoguera improvisada en un cubo de basura. “Pero no, ¿por qué no lo estás haciendo? Por­que los sueños son solo eso… sueños. La vida real no es así. La vida real es una búsqueda infructuosa de par­ches intermitentes de felicidad intercalados con tra­bajo, aburrimiento, divorcio, parásitos intestinales, fac­turas del gas, disfunción sexual, Justin Bieber y avis­pas”.


En este monólogo se entiende perfectamente la gran­deza y la limitación de Black Mirror. Un discurso vi­sual original, impactante y radical, con un guión llamativo, entretenido y visceral, que retrata las miserias más evidentes de la era tecnológica. El talento de Broo­ker es tremendo para sumergirte con mucha inte­li­gencia en un mundo futuro con diálogos geniales en los que consigue hacerte cómplice de los personajes que buscan una felicidad inmediata y satisfactoria. Ca­da uno de los capítulos dirigidos, interpretados y musicalizados por diferentes artistas ingleses televisivos lo­gra mantener una atmósfera similar, muy absorbente y angustiosa. El gran acierto es que esta ambientación es­tá puesta al servicio de los personajes y no al revés. Por decirlo de otra manera, Black Mirror es la antítesis de Terra Nova, ese superficial parque de atracciones del futuro. En la primera hay guión, en la se­gunda, efec­tos especiales.

El problema es que Charlie Brooker tiene un concepto del mundo y del ser humano muy cerrado, que ha­ce que su narrativa tenga demasiados límites en su evo­lución y acabe siendo muy previsible. Sus personajes son desdichados, aplastados por la técnica, esclavos de una hipersexualización omnívora, carentes de tras­cendencia y habitualmente crueles en su egocentrismo. En ese contexto el espectador que ha quedado en­ganchado ante la sugerente propuesta visual y los diá­logos creativos tiene poca libertad, poco margen pa­ra una reflexión que evidentemente intenta provocar cada una de las historias.

El creador de la serie se defiende a su manera. “Por en­cima de todo ofrecemos entretenimiento y sátira. Son historias dramáticas, pero también hay humor, que a menudo tiene un aire bastante sombrío. No acusamos con el dedo, buscamos explorar posibles opciones. Incluso evitamos mencionar los aspectos tec­nológicos para que no parezca que alguien está leyendo las instrucciones de una antena parabólica. Se tra­ta más de un juego travieso”.

Lo siento, pero no lo creo. La serie camina muy cer­ca de Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, o Un mundo fe­liz, de Huxley. Otra cosa es que al final caiga en lo que ella misma critica: el discurso fácil y tremendista, de pocas palabras, tan apabullante como superficial.

Como bien dice el protagonista del último capítulo de la serie, un locutor que pone voz a un irreverente di­bujo animado que se presenta a unas elecciones: “¿Democracia esto? Igual que en YouTube. Y no sé si lo has visto, pero el vídeo más popular es un perro interpretando la sintonía de Días felices a base de pedos”.

Ficha Técnica

  • País: Gran Bretaña
  • Duración: 2 temporadas de 3 capítulos de 45 minutos
  • Producción: Zeppotron/Endemol
  • Emisión en España: Cuatro, TNT
  • Público adecuado: +18 años (XD)
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