Charité en gue­rra

Charité en gue­rra: Aprender del pasado

Charité en gue­rra | Es indudable el valor y acierto de los di­rectores y guionistas alemanes a la ho­ra de revisar con realismo y sentido crítico los episodios más siniestros de su pa­sado reciente. No olvidar lo sucedido es la manera de que las nuevas generacio­nes no caigan en él.

Hijos del Tercer Reich o Deutschland 83 son algunos de sus ejemplos. Los productores de esta última impulsan la secuela de la miniserie Charité (2017), sobre el luminoso desarrollo de la medicina a fi­nales del siglo XIX en el considerado hos­pital más importante de Europa para su­mergirlo en la oscuridad del Berlín de 1943, durante la II Guerra Mundial, en ple­no auge del nazismo.

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En este complejo hospitalario, la joven doctora Anni Waldhausen y su mari­do Artur, también médico pediatra, esperan el nacimiento de su primer hijo. Am­bos encarnan el paradigma de pareja aria tanto por su juventud y vigor como por su obediencia al régimen nazi. Pero cuan­do su hija nace con hidrocefalia deciden ocultar la enfermedad.

A estas alturas de género es posible que la mención del argumento produzca cansancio y hartazgo, pero Charité en gue­rra tiene la virtud de unir los dilemas éti­cos a un desarrollo profundo de perso­na­jes y sorprendentes giros narrativos que rompen esquemas y mantienen en vi­lo al espectador.

Al frente de la creación y dirección de­buta Dorothee Schön, que fue una de las guionistas de la precuela, junto a uno de sus codirectores, Anno Saul. Ambos realizan con su equipo una profunda la­bor de documentación, al servicio de una escritura suelta y brillante. A ello se unen una interpretación solvente y un ves­tuario y producción exquisitos.

Los muros del Charité, tan conocidos pa­ra los espectadores de la primera miniserie, son testigos mudos de las miserias y de las grandezas de un personal sanita­rio, sometido a una ideología capaz de per­vertir hasta límites insospechados el ju­ramento hipocrático. Pero, como decía el neurólogo, psiquiatra y filósofo austríaco Viktor Frankl, que sobrevivió a Auschwitz y Dachau: “al hombre se le pue­de arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas -la elec­ción de la actitud personal ante un con­junto de circunstancias- para decidir su propio camino”.