El código que valía millones

El código que valía millones: El robo del algoritmo

Eran dos jóvenes alemanes con mucho talento y exce­si­va confianza en sus compañeros. Su idea de crear una apli­cación para poder observar cualquier vista aérea del pla­neta era una genialidad que no protegieron como deberían. A principios de los 90, Alemania estaba despegando tecnológicamente después de la caída del muro de Berlín, y Terra Visión era un invento revolucionario. Pe­ro Estados Unidos desarrolla la idea antes que ellos aprovechándose de la amistad personal de un informático de Google con estos dos inventores frustrados.

Hay una película y una serie excepcionales que recuerdan en el estilo y contenido a esta miniserie: La red social (David Fincher, 2010) y Halt and Catch Fire (Chris­topher Cantwell y Christopher C. Rogers, 2014-2017). En ambos casos la tecnología informática es la quimera de los protagonistas, un material de poderes incalculables que acaba modelando una época a la vez que de­teriora las relaciones personales de sus grandes innovadores. Nada hacía presagiar que el discreto director ale­mán Robert Thalheim (TKKG, Eltern) y el guionista Oli­vier Ziegenblag (Roads, Cita a ciegas con la vida) pu­diesen construir un proyecto tan internacional y valioso como esta miniserie. La ficción tiene un guion muy dinámico, que utiliza sin ningún complejo la estructura dra­mática de Aaron Sorkin en el libreto de La red social. Los habituales saltos en el tiempo ayudan a entender mejor las claves de un drama en el que la juventud es­tá marcada por el descubrimiento de una traición.

La selección de actores es muy adecuada, con intérpretes como Leonard Scheicher (La revolución silencio­sa), Mark Waschke (Dark), Misel Maticevic (Babylon Ber­lin) y el primerizo Marius Ahrendt, que hacen que sus personajes tengan muchas capas en el desarrollo dra­mático. La trama tiene muchas idas y venidas sin per­der el hilo conductor, y permitiendo que haya algunos conflictos secundarios muy necesarios. La relación an­tagónica entre los dos abogados, por ejemplo, es vital pa­ra entender mejor a los dos ingenuos protagonistas.

La serie es una clara reivindicación de la autoría en el mundo científico, pero en ningún momento se deja lle­var por los excesos de las “ficciones protesta”. Sus crea­do­res humanizan con tanto acierto a los personajes que nun­ca se pierde la sensación de verosimilitud y una cierta distancia para que el espectador pueda analizar con ob­jetividad una historia real hasta ahora poco conocida.