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El embarcadero

Dura, intensa, áspera, angustiosa, venenosa. Así es esta serie distópica de Movistar+ que se desarrolla en la actualidad

El embarcadero (2019)

El embarcadero: Sufrimiento, mentiras y carencias afectivas

· La serie no es tramposa: es lo que es, se nota y se siente. Sobre todo, se siente. En El embarcadero nadie razona si no es para mentir más y mejor.

«La infidelidad, las mentiras… se enquistan».
Blanca (Cecilia Roth)

Personajes y Personas | Dura, intensa, áspera, angustiosa, venenosa. Así es esta serie distópica de Movistar+ que se desarrolla en la actualidad. Hay dos ambientes: uno horizontal, rural y cálido donde las casas son hogares; otro vertical, urbano y frío donde las casas son hoteles de paso. Los padres han desaparecido, están ausentes, nadie tiene padre. Los hombres son todos unos mentirosos, pusilánimes, egoístas, zotes y narcisistas. Las mujeres se dejan manipular por ellos y se consuelan entre ellas con emociones y sexo.


La serie no es tramposa: es lo que es, se nota y se siente. Sobre todo, se siente. En El embarcadero nadie razona si no es para mentir más y mejor. Como casi todas las series que se producen en España para las grandes plataformas tiene buena factura. La puedes digerir gracias a la suma de elementos que los creadores acumulan: una agradable fotografía de interiores y exteriores; perfiles de los personajes bien definidos; un guion bien medido que dosifica la intriga, las secuencias agradablemente superficiales y el sexo, que ya se sabe que es barato y entretiene; música bien seleccionada que alterna el anuncio de cerveza veraniega con temas clásicos del pop español y nuevas propuestas, como la estupenda cabecera de Travis Bird: Coyotes.

Ninguna canción mejor para retratar a los personajes. En algunas culturas nativas de América del Norte el coyote es un personaje mitológico estafador y embustero. Sin embargo, el coyote es monógamo; todo lo contrario que los personajes de la serie que se embarcan en las múltiples relaciones de la laguna estigia de la Albufera hacia el mundo de los muertos.

En ese viaje no solo quedan desconcertados los personajes, constantemente inestables, sino los espectadores, que no saben si están viendo un drama romántico o una de intriga. La crítica tampoco se aclara: hablan del «poliamor» (Telva), de «gente buscando su sitio» (Público) o de «thriller emocional» (El País).

En el fondo, El embarcadero es como un documental de La 2. Se sigue a una manada de hembras que han sido abandonadas por los machos y una manada de machos que se aparea con las hembras, pero no se responsabiliza de nada. Son solo polinizadores, como le explica Blanca a una niña lesbiana de 16 años que vende fotos porno firmadas. Aunque ni siquiera sería un buen documental porque se empeñan en llamar vagina a la vulva, en no utilizar un solo condón en toda la serie, en empeñarse en que en La Albufera nunca llueve y en mostrar una terapia de grupo y una terapeuta que son… una chufa valenciana.

Hay una viñeta de la humorista Flavita Banana en la que una mujer con una maleta dice «yo no viajo, yo huyo». Esto es lo que hacen los coyotes del embarcadero. Todos mienten, todos buscan su interés, todos engañan, todos tienen un padre que ha sido un desastre, todos huyen de su pasado. ¿No existen personas así en nuestro día a día? Sí, por mi trabajo como psicoterapeuta conozco bien historias reales muy parecidas a esta. Pero hay una diferencia clara: en el mundo real hay luz que permite diferenciar las sombras, hay personas que son referencia y hacen de contraste.

En la serie, la única muestra de bondad la dan un perro y una niña pequeña, ya sin padre también. Nadie más hace el bien. Ni siquiera una madre es capaz de denunciar el abuso sufrido por su hija menor de edad a manos de una profesora. Ambas aceptan como explicación que «le han roto el corazón». ¡No me fastidies! (con jota).

A pesar del sol del Levante feliz, todo es trauma, todo es tormento, todo se intenta calmar con emoticonos relacionales y sexo low cost. Una mujer con una historia traumática y una familia desestructurada compensa sus carencias afectivas evitando cualquier tipo de conflicto y viviendo como una buena salvaje. Se arrejunta con un tipo inseguro e incapaz de decir no, infiel, con una doble vida, estafador y mentiroso, casado con una mujer perfeccionista y controladora, muy insegura porque también proviene de un matrimonio con una separación traumática y que tras la muerte de su marido desarrolla un Trastorno por Estrés Postraumático. Al menos le apoya una madre alcohólica que hace dinero vendiendo a una editorial el sufrimiento de su hija, y una amiga, madre soltera, herida profundamente porque siempre es «la otra» y busca consuelo en relaciones esporádicas.

En un alarde de evolución de los personajes, la buena salvaje de La Albufera manifiesta que siente por primera vez «algo que no ha sentido nunca» (culpa) por haber engañado. «La otra» dice que no al machito capullo infiel que tiene por jefe porque «se merece un amor a estrenar». El guardia civil, que también tenía su trauma, vuelve a tomar las riendas de su vida y empieza a cometer delitos en su trabajo, con modos de investigar fuera de la ley.

¿A quién gusta que le engañen y le mientan? ¿a quién gusta que le sean infiel y le estafen? Que levante la mano quien quiera que le tiren la primera piedra. Quien tenga estómago, que se embarque en esta serie que empezó con mucha audiencia y pronto se desplomó de manera llamativa. Yo me la guardo para las clases de psicopatología.

Ficha Técnica

  • País: España, 2019
  • Dirección: Álex Pina, Esther Martínez Lobato, Jorge Dorado, Jesús Colmenar, Álex Rodrigo
  • Fotografía: Miguel Ángel Amoedo
  • Duración: 2 temporadas (8 capítulos de 50 minutos cada una)
  • Emisión en España: Movistar+
  • Público adecuado: +18 años (VX)
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