El ferrocarril subterráneo: The black gaze

Un pueblo que esclaviza a otro pueblo nunca saldará su deuda ni sus reparaciones, y el pasado esclavista de Estados Unidos es aún una herida abierta. Barry Jenkins (El blues de Beale Street, Moonlight), director de la serie, dice haberse decidido a rodar esta historia después de los recientes sucesos del asalto al Capitolio, cuando banderas confederadas ondearon en el corazón de Washington trayendo a la mente de muchos un pasado del que nadie se siente orgulloso. La obsesión personal del director por el «black gaze«, el punto de vista negro a la hora de contar las historias, se pone de manifiesto en sus trabajos anteriores y lo retoma con fuerza en esta ficción de tintes históricos ambientada en el esclavista y viejo sur.

El ferrocarril subterráneo es una notable adaptación de la novela homónima de Colson Whitehead en la que Cora, una joven esclava de Georgia, escapa de una plantación y comienza una huida sin fin por distintos estados americanos, mientras que el cazarrecompensas Ridgeway le pisa los talones. En esta huida Cora utiliza el «ferrocarril subterráneo», un entramado de vías bajo tierra que comunican un estado con otro ayudando a los fugitivos a conseguir la libertad.

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Lo primero que llama la atención es la mezcla de realidad y ficción que ya está presente en la novela, pero que en la serie cobra aún mayor fuerza por los elementos oníricos (y a veces terroríficos) de los que abusa en varios capítulos. El ferrocarril subterráneo fue una organización de ayuda secreta a esclavos fugitivos que operó antes de la Guerra Civil americana, pero su nombre era más una metáfora que una realidad. Este juego entre el símbolo y la realidad es una constante en la serie de Jenkins, hasta el punto de crear una narrativa algo confusa y de tintes mágicos que rompe el pacto de lectura que insinúan, por otra parte, la cuidada ambientación realista de la serie y el marco de la historia. Esta ambigüedad impide en ocasiones hacer creíbles escenas y situaciones que constituyen el nudo del relato, como por ejemplo la vida en la «idílica» sociedad de Carolina del Sur o los macabros espectáculos semanales a los que Cora asiste desde su escondrijo en Carolina del Norte.

En esta misma línea se mueve el retrato que se hace de la población blanca, como esclavistas sin escrúpulos y también como «salvadores» de doble cara, ya que son muy pocos los blancos que desinteresadamente ayudan a los fugitivos. La historia refleja en este punto el miedo de la sociedad sureña de la época ante una posible insurrección de los esclavos y las diversas formas de racismo. Todo ello hace que el camino de Cora hacia la libertad sea una ruta amarga en la que la desconfianza y el resentimiento van creciendo al mismo ritmo que sus padecimientos. Ese «black gaze» que busca Jenkins a la hora de contar la historia se torna aquí mucho más sesgado que en la novela, donde figuras «blancas» como las de Sam o Martin poseen una grandeza moral ausente en la serie, mientras que por el contrario se subraya el fanatismo científico y religioso con el que los blancos justifican sus atrocidades. La paradoja de América también está retratada en la figura del cazarrecompensas obsesionado con el «destino manifiesto», o en la incredulidad con la que Cora acoge la declaración de independencia americana.

Sin embargo, y aunque podría hacerlo, Jenkins no se regodea en la violencia o los escarnios. Filma con elegancia y cierta delicadeza los pasajes más duros, poniendo mayor énfasis en descubrirnos los sufrimientos internos de los protagonistas. Es aquí donde la serie despliega su potencial cinematográfico. La cuidada fotografía de James Laxton llama la atención, hasta el punto de recordarnos a cuadros y fotografías de grupo propias de la época. También resalta la belleza de los diferentes paisajes donde transcurre la historia, ya que en palabras de Jenkins «el mundo era hermoso cuando sucedían esas cosas horribles» y él se encarga de demostrarlo. Pero sobre todo es el juego de luces y claroscuros, con los que se marcan las diferencias entre el mundo subterráneo-mundo exterior y los estados de esclavitud-libertad, lo que crea en el espectador una perpetua sensación de asfixia, opresión y tristeza muy parecida a la experimentada por los protagonistas en su huida.

La historia es un mosaico de personajes muy bien interpretados, donde además de Thuso Mbedu brillan los secundarios, entre los que destacan la mirada triste e intelectual de Aaron Pierre, la repugnancia moral que despierta el inexpresivo rostro del pequeño Chase Dillon, pero sobre todo Joel Edgerton, el obsesivo cazador de esclavos, que recuerda a otros villanos de rostro bondadoso con los que, en muy contadas ocasiones, nos ha estremecido el cine. El ritmo lento de la narración entorpece algunos capítulos pero permite calar a cada personaje. En definitiva una historia compleja que, aunque precisa separar el trigo de la paja a la hora de atender a la veracidad histórica, logra introducirnos en el horror de esta pesadilla americana.

Ficha Técnica

  • País: EE.UU. (The Underground Railroad), 2021
  • Fotografía: James Laxton
  • Montaje: Joi McMillon
  • Música: Nicholas Britell
  • Diseño de producción: Mark Friedberg
  • Vestuario: Carolina Eselin-Schefer
  • Duración: 1 temporada (10 capítulos de 60 minutos)
  • Emisión en España: Amazon Prime Video
  • Público adecuado: +18 años (VX)
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