Inicio Críticas series Juego de Tronos 4T

Juego de Tronos 4T

Tras mejorar en la tercera temporada, continúa Juego de Tronos mermada por el terco empeño de la HBO en la burraquería

Juego de Tronos 4T

Juego de Tronos 4T: La épica sucia de la HBO

HBO empieza a emitir la cuarta temporada de Juego de Tronos, que llega a España con una fuerte campaña de promoción en marquesinas animando a abonarse a Canal+.

La publicidad apela a los fans que aparecen simulando ser actores de la serie, vestidos de negro y con cara de malotes.

El lema de la campaña da un poco de risa: “Si lo vives, es verdad”.

David Benioff y D.B. Weiss son los creadores y productores ejecutivos de Juego de Tronos, la serie que adapta la saga de cinco novelas Canción de hielo y fuego del escritor estadounidense George Raymond Richard Martin, que anunció que serán siete volúmenes.

En las tres  primeras temporadas se han adaptado los libros Juego de Tronos, Choque de Reyes y la primera parte de Tormenta de espadas, introduciendo cambios sustanciales en ese punto.

En mayo de 2011, con cuatro de las cinco novelas publicadas, la serie se estrenó en Estados Unidos. La primera temporada se rodó en Irlanda, Escocia, Malta y Marruecos durante 170 días con 60 millones de dólares de presupuesto, 162 actores con diálogo y hasta 250 extras trabajando simultáneamente en alguna secuencia. Las sucesivas temporadas han mantenido e incluso superado ese nivel de producción  El propio Martin, de 65 años, es productor de la serie.

Juego de Tronos 4T: Un trono de hierro

Los directores contratados son veteranos realizadores con experiencia en series. Del guión se han encargado los ya citados productores y el propio Martin, que es hombre con experiencia audiovisual porque trabajó como guionista de televisión en los años 80, después de haber estudiado periodismo en Iowa.

Martin escribe novelas y relatos de ciencia ficción desde los años 70, obteniendo premios y cierta notoriedad. En los 80 se instala en Hollywood para trabajar como guionista. A mediados de los 90 se traslada a Nuevo México para dedicarse a la escritura de la saga que nos ocupa.

Juego de Tronos tuvo en su primera temporada un lema publicitario con sabor a compendio: “Ganas o mueres”. La HBO la rotuló como una nueva serie épica en el cartel promocional, que presentaba al actor Sean Bean (Boromir en la película El Señor de los Anillos) sentado en un tosco e imponente Trono de Hierro hecho con armas soldadas.

En una época que se asemeja a la Inglaterra de la Guerra de las Dos Rosas librada por los York y los Lancaster en la segunda mitad del siglo XV, la acción tiene lugar en un continente llamado Poniente, también similar a las Islas Británicas.

Después de una larga guerra, Robert Baratheon ocupa el Trono de Hierro al que deben vasallaje los Siete Reinos. Un muro separa el mundo civilizado (bueno, ustedes me entienden, más o menos civilizado) de las tierras salvajes, donde habitaban horribles criaturas, que llevan siglos sin dejarse ver. El Muro es defendido por una guarnición de guerreros célibes, los Vigilantes de la Noche.

El Señor de Invernalia, uno de los Siete Reinos, es Eddard Stark, amigo del Rey Robert Baratheon. La serie arranca cuando Stark recibe la visita del rey que le ordena que acepte ser La Mano del Rey y trasladarse con él a la capital del reino. Stark se pondrá en el ojo de un huracán de intrigas promovidas por las distintas familias que quieren hacerse con el poder.

Juego de Tronos

La segunda temporada, tras el trágico y brutal final de la primera (la ejecución de Stark), dejó de manifiesto la pobreza de las tramas y un poco imaginativo arco de transformación de personajes. La serie entró en una especie de bucle parsimonioso. Ocurrían cosas pero muy lentamente y de manera previsible. Previsible porque en Juego de Tronos vale aquello de piensa mal y acertarás. De los 60 minutos de cada capítulo, se quitan 20 de morralla golfa, y quedan 40 de un relato aceptable, a ratos ameno y trepidante.

En la tercera temporada, los creadores de la serie parecen hacerse conscientes del estancamiento y ofrecen una narración más cernida. que limita la dispersión de la multitrama. En el 3×09 abandonan la fidelidad a la novela con un golpe de efecto, una verdadera escabechina que elimina a un puñado de personajes protagonistas, en un banquete sangriento. Es llamativa la disminución de las secuencias de sexo explícito y de violencia brutal. Parece que los dueños de la serie cayesen en la cuenta de que tenían suficiente material para llenar los 60 minutos de cada capítulo sin apelar a la casquería y el despelote, a la burrada mecánica.

Un relato truculento

La serie es, con la salvedad mencionada, fiel a la novela. Estamos ante un relato hábil, que va cambiando de escenario para seguir las peripecias de los protagonistas, todos inmersos en una red de traiciones, asesinatos, lujuria, vejaciones, corrupción, venganzas, violencia irracional y ambición insaciable. La historia está llena de truculencias, muchas veces –demasiadas- mostradas de una manera obscena y complaciente.

George R. R. Martin

La comparación con El Señor de los Anillos, aunque frecuente, es absurda y, como es lógico ha ido desapareciendo en los comentaristas serios. Sencillamente no viene a cuento, por mucho que Martin se reconozca devoto de Tolkien (se puede ver en una entrevista que le hicieron en el semanario Time) y se compare con el autor inglés.

Por un lado, la prosa de Martin está a años luz de la de Tolkien. Su estilo es puramente cinematográfico: la novela es casi un guión. Las descripciones son infrecuentes y cuando las hay no se acercan nunca a la deslumbrante narrativa de Tolkien, que maneja un vocabulario riquísimo y que hace épica con unos materiales de primera calidad.

La tipología de personajes y los conflictos de la saga de Martin tienen un tono muy distinto al universo de Tolkien. Lo de las dos R, iniciales del segundo y tercer nombre de Martin, puede ser un guiño, cualquiera sabe, pero el parecido con Tolkien es sencillamente inexistente.

Martin escribe una historia que podríamos definir como épica sucia, recordando aquellos westerns que se apellidaron así, desde que aparecieron en los últimos años 60 del siglo XX. El mundo de ficción que inventa Martin y que la serie traslada a la pantalla se parece a la Baja Edad Media por las armas, los vestidos y por algunos edificios. Ahí terminan las semejanzas.

Juego de Tronos: Pozo colmado

El mundo de Juego de Tronos es un pozo que se ha llenado con perversión y vileza. La serie lo retrata con todo lujo de detalles, sin el mínimo interés por la sugerencia, la elipsis o los implícitos (en la novela está todo esto, pero hay menos empeño en detenerse en los pasajes más sórdidos). Hay en la serie una crudeza que en bastantes ocasiones es pornografía y sadismo gore. De llevarse al cine, su calificación en Estados Unidos no sería R sino NC-17.

En este sentido, aun tratándose de una ficción, por tanto de un mundo fantástico, es llamativo el modo de comportarse de casi todos los personajes “nobles” que protagonizan la historia, que tiene lugar en un mundo donde la religiosidad es prácticamente inexistente. Gente depravada, que si no van a burdeles es porque ya son propietarios de alguno.

El incesto, las orgías, las tortuosas relaciones homosexuales, los asesinatos, los crímenes de los que no se libran los niños, las traiciones y deslealtades son moneda corriente. En este sentido, tiene gracia que el autor de la novela declare que se identifica con Tyrion, un enano lascivo y maniobrero miembro de una poderosa familia, que interpreta Peter Dinklage.

Un comentarista escribía con humor negro que esperaba el siguiente capítulo de la serie porque había apostado si ganaban las decapitaciones, los incestos o la sodomía. Otro periodista, después de la emisión del primer capítulo en España, se preguntaba si una de las protagonistas llevaría algo de ropa en el segundo porque en el primero podría haber muerto de pulmonía.

Juego de Tronos tiene una puesta en escena atractiva y un gran diseño de producción. Está muy bien rodada y montada. El reparto es solvente y la factura ágil, con un uso generoso de secuencias al aire libre en localizaciones impactantes. La estrategia fotográfica es inteligente: cerrar el plano en las secuencias de estudio para ahorrar en decorados y abrirlo en las secuencias al aire libre, usando la infografía digital para presentar palacios e introducir figurantes para dar impresión de poderío en las escenas de combates y de ciudades populosas. La trama apela continuamente a los giros melodramáticos con finales de capítulos que dejan la acción en un momento álgido para animar a ver el siguiente.

Por todo ello, no sorprende que, por el momento, los premios que ha recibido la serie sean casi todos por aspectos técnicos (dirección de arte, fotografía, sonido, vestuario, maquillaje, peluquería). Uno de los actores, el citado Peter Dinklage, ganó el Globo de Oro y el Emmy al mejor actor secundario en 2011. Y en 2013 la serie ganó el Emmy al mejor casting.

Un texto muy irregular

Hay secuencias bien escritas, pero otras son ridículas porque no se puede pretender que unos nobles digan cosas como estas y un espectador medianamente inteligente no suelte una carcajada. Es la retórica de la desmesura hedionda. Por ejemplo:

El rey viaja a Invernalia para nombrar Mano del Rey (su consejero más importante) a Eddard Stark:

— Es un honor, majestad.

— No pretendo honraros, Eddard Stark. Pretendo que dirijáis mi reino mientras yo me dedico a comer, a beber, y a ir con rameras, mientras me precipito a una muerte rápida y prematura.

Eso, en los diálogos. La manera de actuar de los personajes, los comportamientos, son con frecuencia aún más grotescos. Valgan dos botones de muestra:

— Un caballero participa en una justa, es derribado por su oponente, homosexual por más señas. El derrotado, un hombre inmenso, se levanta y delante de toda la corte, decapita a su caballo de un par de tajos e intenta matar al caballero que le ha derrotado.

— Una reina y su hermano, jefe de la Guardia de su cuñado, tienen una relación incestuosa. Les sorprende el hijo de 8 años de otro rey en cuyo castillo se alojan; sencillamente lo tiran al vacío por una ventana.

La serie se resiente por las incoherencias de unos personajes que no son creíbles, o lo son solo en el reino de la HBO, un reino cuyas leyes son inamovibles y universales: vayas donde vayas todo es igual, en el Oeste americano (Deadwood), en la Roma de Julio César (Roma), en la mafia de New Jersey (Los Soprano), en la desolada Luisiana post Katrina (Treme, True Detective), en un Baltimore comido por las drogas (The Wire), etc.

Más allá de una pueril retórica mitómana, creo que un espectador con gusto y experiencia de series o de películas de buena calidad, se siente agredido por secuencias (dos o tres por capítulo en la primera temporada, luego menos insistentes pero casi siempre presentes) que son una provocación ridícula y arbitraria.

El capítulo primero de la cuarta temporada tarda diez minutos en irse a un burdel, con una situación verdaderamente disparatada, con un retorcimiento y una morosidad enfermizas. Y es una lástima, porque el capítulo comienza de manera muy sólida.

Etiquetar Juego de Tronos de serie generalista me parece un disparate. Difícilmente cabe en un cuarto de estar. Si un niño entra un momento porque no puede dormir y coincide con uno de esos momentos porno y/o gore puede pensar que sus padres son unos pervertidos o unos tarados. Así de claro.

Y es una lástima, insisto, porque podría ser una serie para adultos, seca, violenta y cruel, pero sin carnaza populista. Ya se sabe la sugerencia no es solo posible, sino también muy eficaz.

La audiencia de Juego de Tronos se mueve entre 2 y 2,5 millones. No es mucho para un país tan grande como Estados Unidos. Los entusiasmos con las brutales series de la HBO suelen darse cita en Internet. Por lo general, proceden de algunos autores y/o usuarios de blogs sobre series en los que abundan declaraciones grandilocuentes insertas en un discurso lenguaraz y pretendidamente desinhibido, que se recrea en la perversidad de unos personajes repulsivos y en sus abyectos comportamientos.

«Si lo vives, es real». Menuda estupidez.

Ficha Técnica

  • País: EE.UU., 2011
  • Música: Ramin Djawadi
  • Producción: HBO
  • Duración: 4 temporadas (10 capítulos de 60 minutos por temporada)
  • Emisión en España: Canal + (desde mayo de 2011)
  • Público adecuado: +18 años (V+X+D+)
Suscríbete a la revista FilaSiete
Salir de la versión móvil