Hell on Wheels: Vías para el caballo de hierro

Al terminar la Guerra Civil, la construcción del ferrocrril que une las costas atlántica y pacífica de Estados Unidos se convierte en una epopeya, que tiene entre sus objetivos cohesionar un país que ha sufrido terribles heridas y en el que perviven rencores y reproches.

Los héroes y los villanos de este drama son, en su mayoría, excombatientes de ambos bandos. Abundan los antiguos esclavos, que han sido contratados como peones. En la titánica empresa, empresarios y políticos se afanan por llegar cuanto antes a las Montañas Rocosas, porque hay en juego mucho dinero y sustanciosos contratos para quien llegue antes. Los capataces son piezas claves para lograr los objetivos propuestos. Atraviesan territorio indio. Y los indios no están dispuestos a que se les expulse de sus tierras…

Cullen Bohannon, un antiguo oficial confederado, es uno de los capataces. Su mujer fue asesinada por militares de la Unión y él ha decidido tomarse la justicia por su mano e ir eliminando uno a uno a los criminales. Las relaciones de Bohannon con el empresario del ferrocarril, con el matrimonio de topógrafos que hace las mediciones, con un antiguo esclavo, con un brutal capataz sueco se van trenzando en un relato sencillo y sin excesivas pretensiones, pero que capítulo a capítulo gana en interés y amenidad.

Hell on Wheels es una serie hábil. Su relato no es especialmente original; el reparto, la realización y la puesta en escena no son espectaculares pero el resultado final es bueno. Así lo han reconocido los espectadores con buenos niveles de audiencia y una valoración que supera el 8 sobre 10 del casi siempre orientador portal de cine y televisión IMDB.

Las tradiciones narrativas del western están muy presentes (el jinete solitario, la ley del más rápido, la dama hermosa y fuerte, el ambiente embrutecido, las prostitutas que acompañan al grupo, el predicador iluminado de oscuro pasado, etc., etc.) y se toman del cine, la televisión y las novelas.

Hell on Wheels se distancia del tono sórdido y descarnado de Deadwood, la serie de la HBO con la que muchos la han comparado. En Deadwood todo el mundo es peor. En Hell on wheels, que produce la cadena de cable AMC, hay malos, malísimos, buenos y menos buenos. La HBO como hemos señalado otras veces, está empeñada en reescribir la historia arrimándola a unos códigos bastante simples, por no decir prosaicos, de un nihilismo posmoderno muy fashion pero, en el fondo, tremendamente falso.

Hell on Wheels (Joe y Tony Gayton, 2011)
Hell on Wheels (Joe y Tony Gayton, 2011)

Hell on Wheels no está exenta de violencia y bajas pasiones pero hay contrapuntos y se abren, si no puertas, al menos ventanas para que pueda entrar un aire menos viciado. En la primera temporada los personajes evolucionan bien, aunque la trama pueda resultar previsible, los conflictos están bien construidos. Hay tensión y ritmo.

AMC prepara la segunda temporada que se estrenará en Estados Unidos a la vuelta del verano. Es un acierto optar por sólo diez capítulos. De esa forma, el viaje de héroe (insisto en que la trama principal es convencional y que la misión está clara y los obstáculos también) se desarrolla al ritmo adecuado.

Es llamativo el empeño por preservar el carisma de los «buenos», su sentido moral, aunque esté muy amortiguado. En un panorama audiovisual en el que es infrecuente encontrar personajes íntegros, se agradecen propuestas como las de Hell on Wheels.

Muchos guionistas y productores han decidido, con un furor de profetas desgreñados, que en el mundo contemporáneo hay que terminar con el «buenismo ñoño» pegando mamporros al espectador hasta que quede más sonado que el pecho de King Kong. En este contexto desmesurado, Hell on Wheels es, hasta cierto punto, políticamente incorrecta.

Ficha Técnica

  • País: EE.UU., 2011
  • Fotografía: Marvin V. Rush, Thomas Burstyn, Elliot Davis
  • Música: Kevin Kiner
  • Duración: 10 capítulos de 43 minutos
  • Producción: AMC
  • Emisión en España: Antena 3
  • Calificación: +18 años (violencia, sexo)
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