Justo antes de Cristo

Justo antes de Cristo: En un campamento Tracio

Justo antes de Cristo | Son muchas las películas y series dramáticas que se han acercado a la Roma imperial. Menos son las comedias, pero las hay. Movistar+ ha producido una serie de tem­porada corta y capítulos breves: seis episodios de 25 mi­nutos. Montero y Maidagán disponen un relato en el que no solo demuestran su ya conocido talento para el hu­mor situacional y los personajes chisposos. Y es que lo que más me llama la atención de la serie es lo bien tra­mada que está. El conflicto (de acción y de relación) sor­prende por cuidado y bien dispensado.

Manio Sempronio y su esclavo Agorastocles están en el centro de una aventura que tiene mucho de huida y en la que se retrata a un noble que ha caído en desgracia en una Roma que es un hervidero de intrigas, y prefiere de­saparecer de la capital del mundo. Probará fortuna e intentará hacer méritos en una legión desplegada en Tra­cia, que lleva mucho tiempo inactiva por la negligencia del general al mando y la incompetencia de su estado ma­yor. Sempronio es recibido con reservas, pero todo se pre­cipita cuando llegan la hija y la nieta del general.

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Con una cuidada producción, rodajes al aire libre en un set generoso y un vestuario tan espléndido como di­vertido, la serie logra su objetivo que no es otro que ha­cer reír con inteligencia a un público amplio. De paso, los creadores logran algo muy difícil: interesar a los que co­nocen la historia de Roma y tienen que explicarla a ge­neraciones que no han leído novelas maravillosas co­mo las de Caldwell o películas excelentes como Espartaco. Todo lo más, vieron una película titulada Gladiator.

El guion, agudo e ingenioso, convierte al actor Julián Ló­pez en catalizador, pero evita la sobredosis al ro­dearlo de un reparto excelente en el que brillan todos, por­que to­dos tienen situaciones magníficamente escritas.

La progresión humorística del enredo es satisfactoria, de forma que no se da algo común en este tipo de fic­ción cómica seriada: el chiste por el chiste, el gag a cas­coporro, la sal gruesa y la parodia fácil. Montero y Maidagán no necesitan nada de eso: tienen ideas, sa­ben construir personajes y encuentran el tempo y el rit­mo para un relato bien contado.