La delgada línea azul 2

La delgada línea azul 2: Virtudes y defectos

Tras una exitosa primera temporada, continúa la historia de Sara (Amanda Jansson), Magnus (Oscar Töringe), Jesse (Per Lasson), Leah (Gizem Erdogan), Danijela (Sandra Stojiljkovic) y Faye (Anna Sise) en una comisaría de policía en la ciudad sueca de Malmoe, la tercera del país. La delgada línea azul -como en la película de Malick basada en la novela de James Jones– separa el orden y el caos, la razón y la locura, el bien y el mal, la felicidad y la melancolía de los insatisfechos y frustrados. Los policías trabajan en una sociedad que ha tocado fondo, antaño orgullosa de un bienestar construido sobre una tremenda mentira, sobre un trágico error en la concepción sobre la dignidad del ser humano.

Cilla Jackert encontró la semilla de la serie en Twitter. Descubrió una cuenta policial con perfil oficial que contaba el trabajo diario de los agentes sin grandes acontecimientos. “¿Cómo te conviertes en un ser humano sano y completo en el mundo que vivimos, repleto de desigualdades, miseria y miles de problemas? Pensé que el trabajo de los agentes de policía era el prisma perfecto a través del cual explorar esa cuestión. Otras personas pueden mirar para otro lado y fingir que el mundo es normal, pero los oficiales de policía conviven con la miseria humana todo el tiempo”, comenta Jackert.

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De manera coherente con este planteamiento, el crimen y su investigación no ocupan el lugar prominente en la serie, que se ocupa más bien de los alrededores, de las consecuencias del crimen en los habitantes de Malmoe, una ciudad de 300.000 habitantes. La decisión es inteligente, porque le da al espectador un relato interesante de cómo el crimen es recibido por muy distintas personas, entre ellas los policías.

Segunda temporada

La segunda temporada tiene las virtudes de la primera, pero los defectos se han potenciado de un modo exponencial. Los conflictos profesionales y personales se estancan o caen en la reiteración.

Es comprensible que en una serie que quiere ser realista, las actuaciones policiales no sean un carrusel donde prime el entretenimiento a cualquier precio… pero los guionistas se dejan llevar por el fácil recurso de convertir el grupo de policías en una especie de la “comisaria de las tentaciones”, con una explosión de relaciones afectivas que se ven venir desde kilómetros y que tienen poquísimo interés y muy poca credibilidad. La crudeza de algunas secuencias de sexo explícito es sencillamente estúpida: no aporta nada y supone una tremenda falta de respeto por los actores en unos tiempos de hipocresía en el audiovisual donde, por una parte, se habla de proteger a los profesionales y por otra se les siguen pidiendo que se exhiban no se sabe para qué tipo de pretendido espectador morboso.

Más valiosas son las tramas relacionadas con el trabajo policial en la ocupación de un edificio por inmigrantes liderados por una activista, en la trata de mujeres para ser explotadas sexualmente y el modo de lidiar con el acoso de animalistas a granjas de cerdos. La serie sigue empleando su característico montaje sincopado que evita prolegómenos o vueltas al valle innecesarios que conceden un ritmo atractivo al relato. La música se utiliza con inteligencia y la fotografía acierta con un tono azulado que une la noche y el día.

Las magníficas interpretaciones y la potentísima manera de cerrar la temporada hacen presagiar una tercera entrega. En mi opinión, no hace ninguna falta, porque lo que había que contar estaba relatado (y con mucho acierto) en la primera temporada.

⇒Lee aquí la crítica de la primera temporada de La delgada línea azul