Southcliffe: Callar y mirar a otro lado
Southcliffe: Una miniserie de cuatro capítulos incómoda pero interesante y necesaria, porque va directa a la conciencia y nos obliga a hacernos las preguntas adecuadas.
De vez en cuando ocurre. Nadie lo esperaba, nadie hubiera podido imaginar algo así en un lugar como ése, tan apacible: un sitio donde nunca pasa nada. Y cada vez que ocurre nos sorprendemos. Los lugareños dicen: “Era un vecino normal, quizá algo huraño y solitario. Nunca dio problemas, vivía con su madre impedida a la que cuidaba”. Miramos la televisión con estupor. Luego llega la costumbre. La vida sigue y olvidamos lo ocurrido… Hasta que vuelve a suceder.
Tony Grisoni (coguionista de Tideland y Miedo y asco en Las Vegas) y Sean Durkin (Martha Marcy May Marlene) parten de esta experiencia universal, o al menos propia de la sociedad occidental del primer mundo, y la concretan en un lugar ficticio llamado Southcliffe, un pueblecito inglés, comercial y costero, rodeado de aguas pantanosas y sumido en una niebla perpetua. El rodaje se ha realizado en Faverham, en North Kent. Un sitio que podría ser cualquiera -nuestra ciudad, nuestro pueblo- al que le practican una disección profunda, sin piedad, hasta sacarle el alma.
Southcliffe es una miniserie de cuatro capítulos incómoda pero interesante y necesaria, porque va directa a la conciencia y nos obliga a hacernos las preguntas adecuadas. Channel 4 (Utopía, Black Mirror, Dead Seat) no tienen ambages a la hora de abordar un asunto molesto. ¿Realmente es nuestro entorno un lugar tan pacífico, qué tiene que ver lo sucedido con cada uno de nosotros, podríamos haberlo supuesto y evitado? Esta labor es la que hace el periodista David Whitehead –Rory Kinnear– (Sky Fall, Quantum of Solace, Black Mirror), que acude como enviado especial desde Londres para cubrir el suceso de la masacre de 15 personas y 20 heridos, a manos de Stephen Morton –Sean Harris– (Los Borgia), un militar tarado, que estuvo en Afganistán. Un personaje, David, oriundo de Southcliffe y con viejas heridas abiertas que le capacitan para ver lo que otros no ven -lo que nosotros no vemos- y cuestionar, y cuestionarnos.
Lo más interesante es cómo Grisoni y Durkin practican su autopsia a nuestra sociedad enferma, sajando con el bisturí longitudinal y transversalmente, removiendo y analizando cada una de sus piezas. La miniserie arranca con la ruptura abrupta de la paz de Southcliffe. El eco de un disparo rebotando en la densidad gris, una mancha de sangre, una muerte que nadie ve, sirenas de policía y la transmisión del enviado especial que nos da la clave de interpretación. A partir de ahí se nos muestra cómo es la vida íntima de Morton y de algunos personajes, los primeros atisbos de la relación que había o se establece entre ellos. Ya no cuento más. Las interpretaciones son realistas y brillantes. Destacan los ya mencionados y los desequilibrados momentos de Shirley Henderson.
Desde las primeras escenas, la serie evita intencionadamente la secuencia lineal. El director cuenta las cosas según su propósito, no según los acontecimientos. Parte del “qué” y va completando “las 5 uve dobles” que todo periodista conoce: quién, dónde, cuándo y por qué. Sobre todo por qué. Para ello, vuelve una y otra vez sobre la historia, desde cada suceso, desde la investigación, un año después; en flashbacks desde distintos ángulos; desde distintos personajes, con sus vidas, sus dramas, sus traumas antiguos y nuevos, sus egoísmos, su pequeño germen de maldad. En cada lugar, en cada persona hay “siempre una guerra”, dice el tío de Chris Cooper, el joven militar. Volvemos a ver las mismas escenas, a oír los mismos diálogos, pero cada vez comprendemos más y mejor por qué Morton escogió a cada una de sus víctimas. El trabajo de montaje de Victoria Boydell y Daniel Greenway es exquisito.
Nada es lo que parece, lo que muestran esos paisajes repetidos y cotidianos de apertura de capítulo grises, caliginosos, donde solo pueden oírse algunas gaviotas y el chisporroteo de las torres eléctricas, que nos remiten constantemente el drama personal de David, o la apacible música de la estación meteorológica de la radio y otros sonidos siempre intradiegéticos.
No hay una justificación a la locura, desde luego, pero tampoco simplificación ni arbitrariedad. No existe ser humano absolutamente pérfido. Nos movemos en el arco de los grises, estamos interrelacionados, interconectados, como esos hilos que transmiten la electricidad y que en algún momento trágico pueden provocar una descarga fatal.
Durkin maneja con mano de hierro el suspense que despierta tener a un loco disparando a capricho por un pueblo. Es muy loable el trabajo de Mátyás Erdély, director de fotografía, con la cámara al hombro, los planos subjetivos; el ritmo moroso, de diálogos casuales con información incompleta pero justa para hilar, y escenas hiperrealistas, detenidas en algún punto sin sentido -una pared, el limpiaparabrisas del coche en un día de lluvia, o algún inquietante espejo-, o lejano como visto desde una mira telescópica.
Es posible pensar que esta miniserie pierde fuelle conforme avanzan los capítulos, que el final no corresponde con las expectativas creadas, con la incertidumbre, la tensión, pero honradamente pienso que desde la perspectiva de sus creadores, no puede evolucionar ni acabar de otra manera. Somos así, sí, pero… ahí queda eso.
Ficha Técnica
- Creador: Tony Grisoni,
- Guion: Tony Grisoni,
- Intérpretes: Shirley Henderson, Sean Harris, Eddie Marsan, Rory Kinnear, Anatol Yusef, Mark Badham, Scott Plumridge, Coral Amiga, Paul Blackwell, Lee Nicholas Harris, Lee Plumridge, Brian P Smith, Ben Steele, Karol Steele, Fabio Vollono, Julie Vollono,
- País: Reino Unido, 2013
- Dirección: Sean Durkin
- Fotografía: Mátyás Erdély
- Producción: BBC
- Duración: 4 capítulos de 45 minutos
- Emisión en Reino Unido: Channel 4 (agosto 2013)
- Emisión en España: Filmin
- Público adecuado: +18 años (V)