Películas de la Primera Guerra Mundial… 100 años después
Con el estreno de Tolkien el próximo mayo, y finalizado el centenario, podemos concluir que las películas de la Primera Guerra Mundial han derivado en una suerte de cenicienta del cine narrativo.
‘La Gran Guerra’ fue la peculiar denominación con que sus contendientes designaron la Primera Guerra Mundial. La hecatombe también fue singularizada (con tan ilusa esperanza como arrogante petulancia) como ‘la guerra que acabaría con todas las guerras’. Para desgracia de todos, el vacuo lema no arraigaría en los movedizos terrenos de la buena intención y la vana fe en el progreso tecnológico. Desde luego, el armisticio firmado hace ahora poco más de un siglo, ni levantó el acta de defunción de todo enfrentamiento bélico ni el del alumbramiento de un definitivo mundo feliz. No, más bien engendró el turbador germen de la altiva y tambaleante modernidad.
Al respecto del cinematógrafo, todo aquel industrial absurdo contribuyó a afianzar los albores del medio, acaecidos dos décadas atrás. La tecnología castrense conoció así un desarrollo inédito, aplicado a la dimensión visual de servicios secretos, documentación, espionaje, propaganda…
Pero por motivos vinculados al inmediato devenir del mundo, la Gran Guerra derivó en una suerte de cenicienta del cine narrativo, bélico. Para cerciorarse, basta cotejar el dispar número de producciones centradas en cada conflicto global. Aún así, la calidad de títulos referenciales dedicados a la I, en proporción no le va a la zaga a las mejores obras dedicadas a su incalificable continuación.
Tal vez ayude recordar algunos de ellos: El gran desfile (1925), de King Vidor; Sin novedad en el frente (1931), de Lewis Milestone; Adiós a las armas (1932), de Frank Borzage; Senderos de gloria (1957), de Stanley Kubrick; Gallipoli (1981), de Peter Weir; Regeneration (1997), de Gillies MacKinnon; El pabellón de los oficiales (2001), de François Dupeyron; Feliz Navidad (2005), de Christian Carion; o (en menor medida) War Horse (2011), de Steven Spielberg.
Concluido el lustro conmemorativo del crucial centenario, queda el resabio de que la efeméride ha sido casi ignorada en el propio sector fílmico. Quizá sea suficiente muestra de desdén la escasa relevancia de títulos recientes: Journey’s End, de Saul Dibb; Las guardianas, de Xavier Beauvois; o El collar rojo, de Jean Becker. ¿Ostracismo? Bueno, ya hoy no es difícil imaginar la magnitud de los homenajes, conmemoraciones y medios que gobiernos, instituciones y ámbito cinematográfico dedicarán a la II entre 2039 y 2045…
Pero proponiendo, un arte audiovisual basado con fidelidad en testimonios referenciales de quienes sufrieron el cataclismo, hoy redimensionaría la I como el puente (a)temporal que es. Obras de entidad en que recrear las experiencias y legados de artistas de la palabra, la imagen, la música, la pintura, el pensamiento… surgidos de la devastación. Ojalá abunden talento, visión (y dinero) para aprovechar tales filones dramáticos, estéticos, filosóficos…
Los aciertos creativos suscitan más creatividad. Por eso mismo estimula pensar en figuras merecedoras de que otros audaces se asomen a aquellos abismos. ¡Qué grandes películas podrían alumbrar los años bélicos de los jóvenes Renoir, Hurley, Lang, Remarque, Jünger, Gropius, Poelzig, Mendelsohn, Rilke, Kokoschka, Vaughan-Williams, Wittgenstein, Marc, Macke, Klee, Schönberg, Eisler, Graves, Hemingway, Blunden, Thomas o C.S. Lewis! Semejante compaña, bien merecería un frente fílmico…
Por lo pronto, en mayo veremos si Dome Karukoski ha sacado más verdad que cáscara de su esperado Tolkien (2019). Ojalá.
Suscríbete a la revista FilaSiete