Inicio Noticias Actualidad del Cine 59º Festival de San Sebastián

59º Festival de San Sebastián

El Festival recupera visibilidad, presenta tres títulos (No habrá paz para los malvados, The Deep Blue Sea y Kiseki (Milagro) en la Sección Oficial que darán mucho que hablar en taquilla

59º Festival de San Sebastián

 

59º Festival de San Sebastián: Luces y sombras en una digna edición.

El Festival recupera visibilidad, presenta tres títulos (No habrá paz para los malvados, The Deep Blue Sea y Kiseki (Milagro) en la Sección Oficial que darán mucho que hablar en taquilla y otros festivales, y proporciona agradables sorpresas en Zabaltegui con películas españolas como Extraterrestre y Arrugas.

El estreno de José Luis Rebordinos como di­rector del Festival ha tenido más luces que som­bras. La política no ha tapado al cine, algo di­fícil en los tiempos que corren en San Se­bas­tián, y en la Sección Oficial hemos tenido de todo: obras sobresalientes, mediocridades pre­visibles y películas somníferas… Pero la ca­careada variedad ha sido una realidad y no una intención. Otra cosa es que el fallo del Ju­ra­do no haya convencido a casi nadie más que, suponemos, a los propios miembros del Ju­rado, este año presidido por la actriz Fran­ces McDormand.


La cuota de glamour sí ha sido más relevan­te con presencias importantes como Glen Clo­se (ganadora del Premio Donostia), Clive Owen y Antonio Banderas, que presentaron las insípi­das Albert Nobbs, Intruders (la decep­cio­nante pe­lícula de terror de Juan Carlos Fres­nadillo) y El gato con botas, el spin-off de ese chicle esti­rado hasta la muerte titulado Shrek.

La española Los pasos dobles, de Isaki La­cues­ta (Concha de Oro a la mejor película), y la griega Adikos Cosmos (mejor director y actor), fueron las grandes triunfadoras del Fes­ti­val a pesar de ser las películas que contabili­zaron un mayor número de deserciones de la sa­la por parte de los críticos. No es fácil enten­der la inercia de los jurados cuando premian lo que pocos verán fuera del Festival. Des­de luego no es un problema de San Se­bas­tián, sucede en Cannes, Venecia o Berlín.

Más apoyo de crítica y público obtuvieron los premios a María León por su magnífica y lu­minosa interpretación en la teatral y manipu­ladora película La voz dormida, de Benito Zam­bra­no, y a Hirokazu Kore-Eda por el guión de otra obra deliciosa del director nipón ti­tulada Ki­seki (Milagro). Sin ser su obra maes­tra (recorde­­­mos que tiene otras sobresalien­tes co­mo Na­die sabe, Still walking y Air doll), esta cin­ta sobre dos hermanos que inten­tan el mila­gro de que sus padres se vuelvan a amar es un compen­dio del retrato de la sen­cillez de la in­fancia que recuerda en sus pinceladas a otros maes­tros ja­poneses como Ozu o Miyaza­ki.

Del cine español sobresale la película policía­ca No habrá paz para los malvados, de En­ri­que Ur­­bizu. Además de ser en mi opinión el me­jor tra­­bajo del director de Todo por la pasta, La vida mancha y La caja 507, es una de las muestras más claras de cómo se puede hacer cine español de acción y policíaco sin nece­sidad de imitar al ci­­ne norteamericano. Así se ve en la poderosa interpretación de José Co­ronado, un personaje que podía caer en el tó­pico de convertirse en un Vin Diesel traslada­do a Chamberí, o un Bogart de tiro fácil con acen­to vallecano, y sin embargo es uno de los per­files más interesantes del ci­ne español del si­glo XXI.

La película británica de Terence Davies The Deep Blue Sea, protagonizada por Rachel Weisz, era la favorita en las apuestas para llevar­se la Concha de Oro. Un adulterio sociológi­camente incomprensible es el argumento de es­ta película que no destaca por la originalidad de la temática, sino por la forma de enfocar el conflicto (muy cercano al cine de Berg­man), la personalidad visual y la fuerza inter­pre­tativa de una actriz que no deja de ofrecer in­terpretaciones matizadas y conmovedoras.

Del resto de la Sección Oficial sorprende el Pre­mio del Jurado a Le Skylab, de Julie Delpy, una película verborreica y panfletaria sobre una familia numerosa que se reúne y dedica el 90% del tiempo a hablar de sexo sin tapujos con niños delante, y el otro 10% a un discurso maniqueo de política con las dos trincheras bien definidas (la izquierda libertina, comunis­ta y simpática, y la derecha militar, fascista y rancia). La cinta se olvida inmediatamente porque todo es exagerado y plano. La sorpre­sa es que el mismo Jurado premie a Delpy y a Lacuesta (¿en qué quedamos?).

El premio a la película más hermética debería inventarse para cintas como Amén, de Kim Ki-Duk, una tomadura de pelo de 75 minutos eter­nos en los que una mujer viaja por todo el mun­do seguida y violada por un tipo con una más­cara de gas. Y como filmes promotores del sui­cidio y la depresión siempre nos quedarán la sueca Happy end (premio a la mejor fotogra­fía), la portuguesa Sangue do meu sangue y la coproducción mejicano-española Las razo­nes del corazón, del ganador de dos Conchas de Oro Arturo Ripstein.

Las decepciones de la Sección Oficial se las lle­van Sarah Polley (Take this Waltz) y Benito Zambrano (La voz dormida) con películas muy inferiores a otras de sus filmografías co­mo Lejos de ella o Solas. En Zabaltegui Se­bas­tián Cordero bajó el listón muy alto que tenía con Rabia (ganadora del Premio a la mejor pe­lícula en el Festival de Málaga 2010): su últi­mo trabajo, Pescador, es aburrido y anodino vi­sual y argumentalmente.

Como agradables sorpresas destacan el lírico y ameno documental Bertsolaris en la Sección Oficial, la consagración de Vigalondo en Extraterrestre y la aparición de Ignacio Fe­rre­ras. Este director gallego formado en Ho­lly­wood y Francia presentó su opera prima, Arru­gas, una conmovedora cinta de animación en 2D sobre la vejez y la soledad con un telón de fondo esperanzador.

El ciclo de “Cine negro” norteamericano actual y el dedicado al director de musicales fran­cés Jacques Demy permitieron volver a ver en pantalla grande obras imperdurables co­mo Seven, Fargo o L.A. Confidential, y otras que acu­san el paso del tiempo como Los paraguas de Cherburgo.

El Premio Zinemira otorgado al productor Elías Querejeta (La caza, El espíritu de la colme­na, Los lunes al sol, Héctor) resultó mucho más justificado que el Premio Nacional de Ci­ne­matografía que recibió Agustí Villaronga. Sien­do el manacorí un buen director, parece ex­cesivo otro galardón tan importante después de haber ganado con Pa negre el Goya que merecía Icíar Bollaín y su enorme pelícu­la También la lluvia.

Enviados especiales: Claudio Sánchez, Ana Sánchez de la Nieta, Sofía López

 

Suscríbete a la revista FilaSiete

Salir de la versión móvil