SALA DE MÁQUINAS
Adam Zagajewski: en defensa del fervor
Este verano un escritor llamado Adam Zagajewski me ha hecho mucho bien. Su defensa del fervor me ha ayudado a seguir creyendo en el cine. Porque no les voy a engañar: estaba hasta las narices del cine y el bla bla bla, así todo con minúsculas. Venía de escribir cuatrocientas páginas sobre uno de los asuntos más fascinantes para alguien que estudia el lenguaje cinematográfico y la poética fílmica: La naturaleza agraciada en el cine de Terrence Malick: El Árbol de la Vida.
Y en estas, con la depresión postparto malickiano; con la vuelta, un martes de junio a las 10 de la mañana, a esas películas memas de verano, absolutamente deleznables; a esas series todas iguales, comidas por el cinismo jactancioso de un mundo que se va a la mierda, que te mastica el alma con su pensamiento débil… En esas, negras, muy negras horas en las que te preguntas qué demonios estás haciendo con tu tiempo, con tu cultura, con tu sensibilidad, con tu vida intelectual, me pongo a leer a Zagajewski. Y se produce un milagro, de los que resucitan. Luz, luz, luz.
Recuperé algo que había perdido, o al menos no sabía dónde lo había puesto. El asombro. El vértigo ante la belleza. Esa felicidad que es mucho más que fisiología animal, que te hace entrar en comunión con el misterio, con el ser, con lo esencial, con lo que está llamado a perdurar, con lo que es más que una raya en el agua.
En ese momento, entró en mi vida un director francés llamado Eugène Green. Lo trajo la tenacidad de un amigo, que no paró hasta lograr que me sentara a ver El Hijo de José mientras pasaba unos días en Innsbruck. Y una llama devoradora me consumió y me dejó ebrio durante quince días. El fervor volvió, puro, cristalino, renovador, fértil. Ardió nuevamente con llamaradas al contemplar La Sapienza. Crepitó nuevamente el fuego, con la bellísima Converso, de David Arratibel.
Es bueno que el director de una revista de cine y TV recupere el fervor. Ya me perdonarán esta poco pudorosa confesión. Me ha hecho bien. Espero que a alguien más le sirva. Somos frágiles, o al menos, yo lo soy. Recordarlo me hace mejor. Hay una semilla inmortal en las palabras y las imágenes sublimes. Pero hay que sembrarla, libro a libro, clase a clase, conferencia a conferencia, revista a revista. El fervor.
Gracias por estar ahí.
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